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Levantón

Víctor Salgado B.

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Mira, hijo, los dos estamos metidos en este pedo, así que vas a hacer lo siguiente: te agarras los huevos y te callas. Tú fuiste el que quiso andar con sus mamadas, así que ahora aguántate.

¿Qué crees, que a mí no me dolieron los putazos? A huevo que me dieron una chinga bien sabrosa, ¿y me ves que estoy chillando? Ah, pues entonces deja de hacerle al pendejo. Ya no te muevas, cabrón, como quiera no vas a aflojar esos nudos, no es como las películas pendejas que ves en el cine. Rápido y furioso, esa mamada se la sacó del culo algún idiota con mucho tiempo libre… ¡A la verga! Sí que patea duro el pinche gorila ese; creo que me rompió una costilla o algo. ¡Puta! Me duele de a madres. Ya no te muevas, pendejo, nomás estás haciendo que se te hinchen más los putazos. A ver, acércate. ¡Acércate, mamón! Déjame ver… No, pues sí te descalabraron gacho, pinche vergazote que traes en la choya. Pero no te agüites, ya no sangra, aunque sí te va a quedar un chichón bien macizo. Estás bien morro. ¿Cuántos años tienes? ¡Diecisiete! Todavía tienes tiempo para que se te quite lo pendejo… Bueno, si salimos vivos de ésta. ¿Y por qué le entraste a la maña? Yo la neta no hallé otro jale, aquí me ofrecieron chamba de cuidador, y como estuve en el ejército, luego luego me la dieron de pistolero. Pero tú… ¡No mames! Teniendo a tus jefes, estando en la escuela, y sales con esta chingadera. Ya sé: querías sentirte bien vergas jugándole al narco. Pero pues aquí está tu pinche sueño hecho realidad…, pero ya ni llorar es bueno.

¿Sabes qué pedo?, te pareces un chingo a mi hermano Joaquín; “el Juaque” le decíamos. Ese güey jugaba al futbol como los más chingones y las viejas lo seguían de a madres, a huevo que sí. Era mayor que yo, por eso lo respetaba y quería ser como él. Pero ya ves: yo me metí de guacho y él se clavó a la maña. Que dizque los mandaban al monte a entrenar, ¡qué pinche entrenamiento les iban a dar! A pura putiza los traían, a levantar la mota, a empaquetar, a cargar los camiones, a halconear… Y en la primera que les cayeron los guachos, a mi carnal se lo chingaron. Yo por eso deserté y me fui pa´l gabacho, hasta que me deportaron, y ya ves: aquí no hay dónde jalarle por la derecha. Vale verga, pinche país de mierda.

Yo nunca le he puesto al perico, ni a la mota, ni al cristal, ni a ninguna de esas porquerías, ¿tú sí? ¿Qué se siente? ¡No mames! Ya me imagino andar todo el pinche día bien lampareado como pinche conejo, ¡a la verga! Bueno, a la mota sí. Una vez. Iba en la secundaria. La morra que me gustaba me invitó a una fiesta, que con unos cuates bien chidos, que pura buena onda y que no hay pedo. Puro pinche morro fresa, y no faltó quién sacara un toque, un pinche güerito que se parecía a Daniel el Travieso, bien cagado el vato. Le di el jalón a esa madre, y cuando empecé a toser todos los demás se rieron de mí, hasta la morrita con la que iba, pues yo ni sabía fumar, güey. Al principio no sentí nada más que la garganta bien puteada, luego me empecé a sentir bien acá, como si todo fuera un sueño, luego me dio un chingo de sed, y después un chingo de hambre. Ja ja ja, cuando llegué al cantón mi jefa hasta se espantó, pues cómo no, si me tragué un platote de frijoles con crema y como veinte tortillas. Pero después de ahí ya nunca he vuelto a meterme nada. En el ejército te la cobran bien gacha si te agarran haciéndole a esas mamadas; por lo menos de una putiza no te salvas.

Al chile la cagaste, cabrón. ¿Apoco no sabías que la morrita traía jale con el mero chingón? ¿Qué pensaste, que nadie se iba a enterar? Pues si todo el mundo los vio cuando andaban de aquí para allá, de arriba para abajo, de motel en motel. Aunque eso sí, la chavita tiene lo suyo, está guapita; pero de ahí a que valga la pena que te cuelguen de los huevos por ese gusto, pues no, mijo. Y luego, ¿cómo se te fue a ocurrir que hablando con los tiras ibas a arreglar todo el cagadero? No, pues si te digo que pa’ pendejo no hace falta diploma. ¿Pero sabes qué pedo? A esa morra ya se la chingaron, y de seguro le fue peor que a nosotros. Yo sé cómo son de culeros estos güeyes con las rucas que les juegan chueco; a nosotros nos van a dar un pinche balazo en la sien y a la verga, pero a ellas las madrean, las violan, las rapan y las sacan encueradas a la calle para matarlas de un tiro… o a piedrazos. Dicen que una vez a una la quemaron viva en un hotel. ¿Que qué hizo? Andaba con el jefe de plaza y salió embarazada, pero no sabía que ese cabrón ya se había hecho la vasectomía. Te digo que son una mierda, y nosotros también por estar aquí con ellos. ¿Esta es la vida de narco que querías vivir? ¿Pa’ qué chingados te saliste de tu casa, cabrón? La querías, ¿verdad? Pues sí, pero ya no llores, mijo, ya no tiene caso…

Ira. Ven, acércate, güey. Aquí traigo al patrón. ¿Sí lo alcanzas a ver? Mi San Juditas Tadeo. Me lo tatuó un compita que ya está en cielo, se lo chingaron en su local hace como un año. Qué mal pedo, ese carnal no se metía con nadie, era bien tranquilo, él nada más a su chamba y ya. Yo me digo: y todos los que andan de culeros, ¿por qué a esos nadie les hace nada? El patrón siempre me ha cuidado, y si él quiso que estuviera en este momento en esta situación, cámara, no me agüito, porque por algo me escogió. Aunque digas que es mamada, cada uno de nosotros tiene su misión y su tiempo; y el nuestro, pues al chile, hasta aquí llegó.

¿Quién me iba a decir que por tirarte el paro también yo iba a terminar en las mismas? Pero ya ni pedo, me conformo, ya sé que cuando todo esto pase voy a volver a ver a mi carnal el Juaque, que de seguro ya me está esperando allá. Nomás le pido al patrón que no me deje, que me lleve de su mano. Chale, güey, no me veas así. Sí, estoy chillando, ¿y qué? Tú también estabas chillando hace rato, ¿no, puto? Ah, pues ahí está. Y además, si lloro es porque me acordé de la jefa. Hace años que no la miro, ella no ha de saber ni siquiera si estoy vivo o muerto, y yo que pensaba ir a verla nomás que tuviera un chance, pero ya no se va a poder.

¿Y tú, no piensas en tus jefes? Han de estar bien agüitados. ¿Cómo que ni les importas? A veces uno se porta bien ojete con los padres, pero de seguro los tuyos te han de estar buscando; imagínate cómo se van a sentir cuando te tengan que ir a reconocer. Ahí está, ¿no que no? Pero ni cómo salir de ésta, mejor encomiéndate al patrón. ¿Que no crees en Dios? Pues por eso te va como te va, pendejo.

Ya va a amanecer, hijo. Hay que tratar de dormir algo, aunque sea nomás para soñar el último sueño.

¡Chst! Cállate, güey, no hagas ruido… Se oye que vienen unos cabrones; pa’ mí que andan pedos… Sí, se la han de haber pasado pisteando y polveando toda la noche… ¿Ya viste? Ya amaneció… Han de estar todos paniqueados por el perico. Hazte el dormido, y ahorita que vengan, como que no quieres, o no te puedes despertar. ¿Cómo que pa’ qué? Pues para ganar algo de tiempo… ¡Silencio! ¡Silencio! Ya están aquí…

¿Qué pedo? ¡No mamen! ¿A dónde se lo llevan? ¡Hijos de su puta madre! ¡Déjenlo, no sean culeros! ¡Hijos de la chingada, ya no le peguen! ¡Ya no le peguen! ¡Aguanta, hijo, aguanta! ¡Suéltenme, pinches perros! ¡No me dejen aquí, hijos de su puta madre! ¡Llévenme a mí también! ¡Llévenme también, putos! ¡Llévenme! ¡Llévenme también, culeros…!

¡Adiós, hijo! Adiós…

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De la poesía de Daniel Olivares Viniegra

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De la poesía de Daniel Olivares Viniegra

 

Prismas Basálticos

 

I

 

He aquí un milagro prismático:

Sube la roca inmemorial

Y sobre su cumbre

Luz que no es luz incesante-larga–mente

reverbera

Toda ella brota canción de tiempo, eco y viento

Volviéndose presente suerte

que sin más se aleja

Y ahí (ya así) siempre apenas silenciosa

Desl(í)za(se) luego aprisa

cuando no aún más con pereza precipita

hasta que ilumina iris–discente

toda la gama del instantáneo amor posible

hacia la flora; hacia la fauna

hacia la vida toda que es

color también que en ese entorno breve anima.

Allá el azul

Acá la transparencia

Desde la entraña el siempre

Desde la constancia el hoy

Y nada más //

… todo es poema si en tu recuerdo se condensa.

 

 

 

II

 

He aquí un milagro basáltico:

Venimos

Somos, brillamos, cantamos, saltamos.

Seremos (después…) solo agua que viaja.

 

*

 

 

Polifemθ

*

…Ojo que nO ve igual a cíclOpe obligadO

* *

El sOl, solO dejO de luz O mejor aún

eclipsadO

caleidosc (opiO)

del ya efímero pan

Ora

ama

céntrica sOrtija infOrme

De/viene/se opacidad para la cual

entre áureOs destellOs

derivadOs del espectrO,

supervive en tantO la memoria, diáfana que es,

y es a(la) vez seductor abism

.

.

O

postigO apenas lóbregO,

tras cuya ausencia subsiste el casi (no colOr),

lo que pOr si acasO umbrOsidad implica,

y tram)O(nta

oquedad fosO, pozO; fOsa // PoZA en la que nada se pOsa

O es iridiscente

sima,

cuando nO procelosO pié_lagO u osciloscopiO

trém (((o))) l O

o multicromO palpitar

refulgente que clara[mente] hasta ahOra

trasciende, y nada ( … ) es

O sí:

el ocasO:

inanidad nadando en la nada;

(hada) in(h)ad(a)vertida.

*

 

 

 

 

Mantra

Palabra que se pronuncia

Gota que se evapora

Mancha que se seca.

*

 

 

Corredor de la sierra

Musgo, liquen, espora, clorofila

en adherente carrera al cielo.

Mineral y nutriente absorbe y adsorbe el vapor

en diletantes estados,

incluidos todos los de la tierra y su esencia.

Sólo el presente permanece presente

si bien (intemporal) aparece -de algún modo-

un latido de ayer.

… La plenitud comulgante

de la roca clama y se extiende.

El agua predica.

Su oración implora:

Ojalá que el futuro nunca aflore.

*

 

Daniel Olivares Viniegra. Poeta, gestor cultural, editor, redactor, corrector de estilo y docente. Hidalguense y chilango. Abierto colaborante. Antipoeta desde siempre y de un tiempo para acá. Su escritura, que se desborda hacia lo experimental, va de lo precámbrico rupestre (urbano) al nopoema abstracto con tintes emojísticos, pasando por el neobarroco, sin dejar de estar tampoco anclada a la raigambre étnico popular.

Premio Interamericano de Poesía, Navachiste 1995. Ha publicado los libros Poeta en flor…, Sartal del tiempo, Arenas, Atar(de)sol y Antiparras: antipoemas para lectores sin prejuicios. Textos suyos han sido traducidos al inglés, el portugués, el francés, el italiano, el catalán y el náhuatl.

Participa en diversos encuentros literarios de carácter nacional e internacional. Colabora de cerca con los proyectos: Humo Sólido, El Comité 1973, La Piraña,  Poesía en Órbita y World Festival of Poetry: Festival Mundial de la Palabra.

 

 

 

 

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La máscara de diablo

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La máscara de diablo

Víctor Salgado

Jacinto era el hombre más pobre de la comarca. Vivía en una casa de adobe que se caía de vieja en la ladera de un cerrito, a la sombra de unos naranjos. Rutilia, su esposa, conservaba algo de la belleza de su juventud, pero el hambre y la pobreza la hacían ver aún más vieja de lo que realmente era. Ninguno de los dos solía salir de su ranchito más que alguna vez, cada dos o tres meses, para ir al pueblo a abastecerse de las cosas más absolutamente necesarias. Su aislamiento era tal, que la gente del pueblo los consideraba algo así como ermitaños, indeseables criaturas del monte que no eran bien recibidos en la iglesia, ni en el mercado o ni en cualquier lugar público. Algunos incluso se burlaban de ellos con crueldad.

Un día sábado muy temprano, Jacinto llegó a la plaza montado en su burro viejo. Llevaba un par de gallinas para cambiarlas por víveres en la tienda de don Casimiro Díaz. Ahí estaban tomando cerveza Simón Castro y su compadre Mequías Maldonado, quienes al ver al pobre hombre entrar en la tienda pensaron que era una gran oportunidad para jugarle una buena broma.

–Quiobo, Jacinto –le habló Simón–. ¡Qué milagro verte por aquí!

–Vine a vender unas gallinitas –respondió Jacinto.

–¿Y ya te vas? ¿No te vas a echar una cerveza con nosotros?

–Es que no traigo mucho dinero.

–No te apures, hombre –intervino Mequías–; nosotros te invitamos. Don Casimiro, tráigale una cerveza fría al amigo Jacinto, por favor.

Don Casimiro, que no estaba a gusto con la presencia de Jacinto en su tienda, le llevó una cerveza caliente y dijo:

–Nomás que se la tome y que se vaya. Esta gente del monte es muy mañosa y seguido se me pierden cosas de la tienda.

Jacinto recibió la cerveza y dirigió una mirada retadora al propietario del negocio.

–No le hagas caso –dijo Simón.

–Viejo canijo; nomás porque me ve pobre me desprecia.

–Ándale, tómate la cerveza, y ya no pienses en eso.

–Oye, Jacinto –dijo Mequías–, yo quiero ayudarte, si me lo permites. Te voy a decir lo que debes hacer para ganar buen dinero y que salgas de pobre.

–A mí no me pesa ser pobre, pero cuando pienso en mi mujer se me rompe el corazón nomás de recordar que a veces se pasa toda la noche remendando sus vestidos viejos o tratando de componer sus zapatos rotos…

–Por eso, amigo. Escucha lo que te decimos y vas a ver cómo en poco tiempo te juntas tus buenos centavos.

–¿Y qué debo hacer, pues?

–Mira, viejo, lo que debes hacer es lo siguiente; pon atención: junta la ceniza del fogón de tu casa y tráela a vender con don Esteban, el panadero. Él la compra, y la paga muy bien, principalmente ahora que se acerca el día de muertos, va a necesitar mucha ceniza para hacer pan.

–¿De veras?

–Sí, hombre. Entre más ceniza le traigas mejor te la va a pagar.

Jacinto terminó su cerveza caliente, recogió sus cosas y se despidió, dando las gracias al par de bribones, que se quedaron riéndose a carcajadas de la ignorancia del pobre montaraz. Un par de horas más tarde llegó a su casa, buscó unos costales viejos que había guardado detrás de la troja y durante los siguientes días recogió hasta la última pizca de ceniza que iba quedando en las hornillas y debajo del comal.

Para el siguiente sábado había llenado dos costales de ceniza, los cargó en su burro y se dispuso a salir de madrugada para llegar temprano a la plaza y ser el primero en venderla. Rutilia, que todo el tiempo desconfió del negocio de su marido, quiso persuadirlo en el último momento:

–Nadie te va a comprar esa ceniza –le dijo–. Yo nunca he sabido que se necesite ceniza para hacer pan.

–Confía en mí. Al rato que regrese te traeré un vestido nuevo.

–Qué vestido nuevo ni qué nada. Bueno, con tal de que no se te vaya a morir el burro en el camino, haz lo que te dé la gana.

Antes de amanecer, Jacinto ya estaba en el pueblo. Llegó a la casa de Esteban, donde ahí mismo tenía su panadería, y llamó a la puerta. Abrió la mujer del panadero, quien llamó a su marido y luego salió éste, extrañado de recibir a un visitante tan peculiar.

–Buenos días, patrón. Vengo a vender mi ceniza. Son como veinte kilos y ya la limpié.

Esteban, un hombre alto y muy gordo, hizo un gesto de confusión y respondió:

–¿Yo para qué quiero tu ceniza? Estás loco tú.

–Pero, señor, me dijeron que usted la compraba a buen precio.

–¿Y quién te dijo semejante pendejada?

–Don Simón y don Mequías me dijeron que…

–¡Simón y Mequías! Par de bandidos… ¿No ves que esos dos nomás andan buscando a quien hacer tarugo? Yo no compro ceniza ni me sirve de nada. Ahora vete y deja de quitarme el tiempo,

–Pero, señor… –suplicó Jacinto.

–Mira, llévate estos diez pesos para que te compres algo –respondió compadecido el panadero–, pero ya no le andes haciendo caso a esa gente descarada que nada más se burla de ti.

Jacinto recibió el dinero y se fue decepcionado y avergonzado de haberse dejado engañar tan fácilmente. Vagó un rato por el pueblo y esperó a que terminaran de instalarse los puestos de la plaza para comprarse algo con sus diez pesos. Pensó en el vestido que le prometió a su mujer, pero no le alcanzaba el dinero; quiso comprarse unos huaraches o un sombrero, pero todos costaban más de veinte pesos. En realidad no sabía qué hacer con los diez pesos que llevaba en el bolsillo. Cuando estaba a punto de irse a su casa, vio casi al final de la plaza un puesto que nunca había visto antes. Una anciana de aspecto aterrador tenía a la venta juguetes, silbatos, cohetes y disfraces de carnaval. En medio del puesto había una máscara de diablo, espantosa pero particularmente llamativa. Al verla, Jacinto creyó que si la compraba podría espantar una noche a los desgraciados que lo habían engañado, así que preguntó su precio a la anciana. “Cuesta diez pesos”, dijo la siniestra mujer, justo lo que le había dado el panadero, y no dudó en comprarla.

La decepción de Jacinto se había convertido en alegría y una especie de inocente malicia al pensar que podría desquitarse de Simón y Mequías, si los espantaba con su máscara de diablo el día de muertos. Iba caminando por la última calle del pueblo, jalando la rienda de su burro viejo, cuando vio acercarse una pequeña tropa que andaba en busca de unos bandidos.

–Oiga, señor –le dijo uno de los soldados–, ¿habrá visto pasar por aquí a dos hombres con dos caballos?

–Yo no he visto a nadie, señor.

–Bueno, sepa que son unos ladrones muy peligrosos. Si los llega a ver repórtese de inmediato al cuartel.

–Sí, señor.

Jacinto y los soldados siguieron cada quien su camino.

Cuando llegó a su casa, ya estaba pardeando la tarde. A la hora de cenar, le contó a su mujer todo lo que le había sucedido ese día: lo que le había dicho el panadero, lo del extraño puesto de la plaza, lo de los soldados… Y al final le contó de la máscara de diablo que se había comprado. Rutilia se asustó un poco cuando Jacinto se puso la máscara para enseñársela mejor.

–No seas bárbaro, Jacinto –le dijo–. Tira esa cosa; está muy fea.

Luego se fueron a dormir. Sería casi media noche cuando Rutilia se despertó; había escuchado el tropel de unos caballos acercándose a su casa. Un poco miedosa despertó a Jacinto, que estaba roncando.

–Ándale, asómate –le dijo–. No vaya a ser un alma en pena.

–¡Cómo un alma en pena! No digas locuras. Será algún viajero que se habrá perdido.

El tropel se escuchaba cada vez más cerca, hasta que se detuvo. Una voz masculina habló al otro lado de la cerca de piedra:

–Buenas noches. No se espanten; no somos ánimas del purgatorio.

Se oyeron risas. Luego habló otra voz de hombre:

–Nomás andamos buscando un lugar donde pasar la noche. Llevamos tres días de camino y necesitamos descansar y comer algo. Le pagaremos, y mañana, antes de que amanezca, nos iremos de aquí.

Jacinto creyó reconocer las voces de Simón y de Mequías, y pensó que tal vez se habían enterado de lo que sucedió con el panadero y, seguramente borrachos y sin nada mejor que hacer, habían ido a burlarse de él a su propia casa. Eso sí que no lo iba a permitir. Fue a su dormitorio, sacó la máscara de diablo y se la puso. Iluminado con la llama de un candil de petróleo, salió de su casa gimiendo y gritando para espantar a los desvergonzados. Los hombres, al ver al mismo diablo caminando hacia ellos, saltaron de los caballos y se echaron a correr sin detenerse, hasta que se perdieron en la oscuridad de la noche.

Rutilia salió del dormitorio y encontró a Jacinto riéndose a carcajadas tan escandalosas, que parecía que se iba a ahogar. A ella no le hizo mucha gracia; se acercó a los caballos para que no se fueran a escapar también, pero se dio cuenta de que llevaban una carga muy pesada, y llamó a su marido, que apenas empezaba a recuperar el aliento.

–Mira, Jacinto, estos caballos traen unas bolsas.

Jacinto se acercó a los caballos y registró la carga que llevaban. Descargó las bolsas de tela, abrió una y vio que estaba llena de monedas de plata. Además del dinero, descargó también dos carabinas, un revólver, unas espuelas, ropa y una garrafa de mezcal.

–Éstos no eran Simón ni Mequías –dijo a su mujer.

–¿Entonces quiénes eran?

Después de pensar un momento, recordó lo que le había dicho el soldado en la plaza ese mismo día.

–¡Los ladrones!

Pensó en ir al cuartel militar a dar parte a las autoridades, pero luego de reflexionar, llegó a la conclusión de que sería mejor guardar el dinero y las armas, deshacerse de las demás cosas y dejar libres a los caballos, que al fin aquellos hombres no le habían hecho nada a él ni a su mujer.

El siguiente sábado Jacinto y Rutilia llegaron muy temprano a la plaza. Compraron una canasta llena de frutas, un vestido hermoso para Rutilia, unos huaraches y un sombrero para Jacinto y una bolsa llena de pan. Simón y Mequías los vieron pasar desde la tienda de don Casimiro, completamente sorprendidos. No quisieron quedarse con la curiosidad picándoles el alma, así que alcanzaron a Jacinto y le preguntaron de dónde había sacado tanto dinero.

–Ya ven –les respondió–, vendí toda la ceniza a don Esteban y me la pagó muy bien.

Los dos bromistas se miraron entre sí; no lo podían creer. Y sin decir una palabra cada uno echó a correr a su casa.

Más tarde alguien llamó a la puerta de don Esteban. El hombre gordo y alto salió a ver quién era y encontró a Simón y Mequías completamente batidos y cargando pesados costales de ceniza. Les gritó:

–¡¿Ustedes?! Par de imbéciles…

v

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La Percepción Estética y Artística en los Videojuegos I

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La Percepción Estética y Artística en los Videojuegos I

@SpartanBlazer94

El arte es uno de los factores que nos diferencia de las demás especies del planeta Tierra, es la capacidad de creación del individuo, en el que el hombre se refleja subjetiva u objetivamente, otorgando sentimientos y propiedades humanas a objetos o eventos efímeros.

El cambio es uno de los aspectos más difíciles de la vida del hombre común, que, por más controlado que sea, siempre se convierte en un obstáculo a vencer, generando estrés e incomodidad. Es por eso que la apreciación y aceptación de los videojuegos como un arte emergente, ha sido un tema que ha forjado incontables discusiones a lo largo del tiempo.

Los videojuegos en sí mismos podrían no ser considerados un arte por los individuos más puristas, pero no podemos dejar de lado la sinergia artística interdisciplinaria que conlleva la creación de este.

Una persona con pocos conocimientos acerca del mundo de los juegos de video diría que éstos no podrían ser tomados en cuenta como arte, pues no cuenta con lo más mínimo necesario para entrar en una categoría tan dura como el arte, pues, al escuchar la palabra videojuego, su mente probablemente se remonte a aquel clásico de 1985, que sentó la base de lo que ahora es el gaming, Super Mario Bros.

Nintendo. (2020). Pantalla Inicial de Super Mario Bros.

https://www.nintendo.es/Juegos/NES/Super-Mario-Bros–803853.html

Super Mario Bros era un juego puramente divertido, acompañado únicamente por una historia inexistente, una serie de sonidos emitidos por el sistema en cuestión, intentando emular algo cercano a música y un estilo gráfico y artístico extremadamente limitado, basado únicamente en lo que la consola podría alcanzar tecnológicamente. Dicho lo anterior, podemos asegurar que Super Mario Bros podría no ser allegado remotamente a lo convencionalmente estética y bello para poder ser llamado un arte, pero las bases de toda la industria fueron forjadas en torno a dicho juego.

La razón de las limitaciones (además de la tecnología de la época) era que hace casi cuatro décadas, los videojuegos no eran nada más que, pues, eso, juegos. Su única meta era entretener al público infantil con una jugabilidad divertida, sin intentar buscar algo más allá, no había historias por contar, ni enseñanzas que otorgar, solamente un juego. Situación que no es inherentemente negativa, simplemente la situación en dicha época obligaba a tomar tal camino, agregando que la enorme mayoría de videojuegos contemporáneos repetían esta fórmula.

Pero la realidad actual de la industria es que es total y absolutamente distinta, en donde -gracias a los avances tecnológicos- ahora tenemos experiencias que son estéticamente atractivas en distintas disciplinas, tanto en estilo gráfico como narrativos, actuaciones formidables y otras más.

Tomemos como ejemplo para ilustrar la belleza interdisciplinaria básica de un videojuego que puede ser atractivo para el público mexicano no gamer, el mundo “Pueblo de Soltitlán” (o Tostarena, en su idioma original) de Super Mario Odyssey, la más reciente edición de un videojuego (2017) de nuestro querido redondete bigotón.

MarioWiki.com. (2017). Tostarena Town. Fair Use.

https://www.mariowiki.com/File:TostarenaTown.jpg

A simple inspección de la postal previa, podemos notar una notable y linda semejanza con uno de nuestros conceptos más arraigados y queridos como mexicanos, un grupo pequeño de edificios coloniales, con todo y sus macetitas colgando, alrededor de una pequeña fuente, situación típica de un suburbio mexicano de clase media, acompañada con los colores típicos de las festividades mexicanas, verde limón, azul agua, amarillo y, el siempre presente, rosa mexicano.

Todo esto estilizado de manera caricaturesca, lleno de alegría y color, acompañados de unas alegres calaveritas de colores -obvia referencia al incansablemente representado Día de Muertos-, agitando sus maracas, presumiendo efusivamente sus sombreros charros mientras disfrutan de unos ricos raspados (¡sí, puedes comerte un raspado!), pues estamos en un desierto.

Al fondo de la calle, podemos observar un conjunto de edificaciones y pirámides con motivos sincréticos olmecas, mexicas y mayas, en donde, con un claro misticismo, deberemos de adentrarnos y abrirnos paso entre tumbas, momias y cactus con espinas gigantescas, homenajeando con mucho cuidado y cariño a un México completamente tradicionalista, orgulloso de sus raíces, pero con casi 59 millones de gamers1.

 

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La comparativa entre Super Mario Bros (1985) y Super Mario Odyssey (2017) es tan solo una muestra donde se utilizó al personaje más famoso de los videojuegos para demostrar la profunda evolución que ha sufrido el medio en cuanto a factor artístico se refiere, mismo que puede ser extrapolado a muchas diferentes franquicias, tanto antiguas como emergentes, en donde el enfoque será distinto (arte literario, arte gráfico, arte teatral, etc.) dependiendo el tipo de juego.

En mi opinión, arribar a Soltitlán por primera vez, ha sido una de las experiencias más puras y conmovedoras en toda mi vida como videojugador. No pude evitar soltar un par de lágrimas de cocodrilo, al ver el cuidado y el trabajo de investigación previo realizado para alcanzar tal grado de detalle en una representación de México, de Mi México, en mi medio favorito. Poder avanzar a través de las calles rodeadas de elementos tradicionales de nuestro día a día, fue uno de los puntos más altos en mis motivos de gaming contemporáneo.

¿Y qué es el arte si no la expresión y representación del hombre mismo como persona social y como miembro de una comunidad en un ambiente puramente estético, así como generación de reflejos y sensaciones? Muchos recuerdos llegaron a mi mente, acompañados de un cúmulo de nostalgia y orgullo por la representación de Mi México en un videojuego de Mario Bros. Se generó tal sentimiento en mí, que no pude evitar esbozar una sonrisa y decir “Para mí, esto es arte”.

 

1El Sol de México (Agosto de 2019). A propósito del Día del Gamer, ¿cuántos gamers hay en México? Recuperado en Enero de 2021 desde

https://www.elsoldemexico.com.mx/doble-via/feliz-dia-del-gamer-cuantos-jugadores-hay-en-mexico-y-esto-es-lo-que-juegan-videojuegos-tecnologia-virales-consolas-nintendo-sony-xbox-ps4-4112651.html

 

 

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