Arte

El hombre de la cueva

Víctor Salgado B.

Publicado

En

Photo: Shutterstock

Hay gente que no cree en el Diablo. Algunos creen que su verdadera imagen es la del diablito de la lotería, otros dicen que es un charro negro o un caballero bien vestido, todo depende de dónde se lo encuentre uno. Pero el diablo existe, eso sí. Nunca lo he visto, nunca se me ha aparecido para comprarme mi alma, pero sé que existe. Y no soy el único que lo sabe; casi toda la gente del pueblo tiene la certeza de su presencia en este mundo. ¿Que cómo lo sabemos? Porque por mucho tiempo el Diablo anduvo por estos rumbos, haciendo maldades y causando tragedias. Desde entonces la gente, que ya se estaba olvidando de Dios, regresó a las iglesias; en las plazas se vendían a montones los rosarios y las estampitas de la Virgen, de los santos y de Cristo crucificado; todo mundo rociaba sus casas con agua bendita; y todavía así, el Diablo espantó a muchas personas y hasta se llevó varias almas buenas y malas.

Pero lo más raro (o espantoso) fue lo que le pasó a mi compadre Elpidio, al que ya dábamos por muerto. Sepan ustedes que, aunque mi compadre ya está muy viejo y acabado, nunca se le ha conocido como hombre mentiroso, y mucho menos loco. Sucede, pues, que un día andaba el hombre por la loma del cirián cuidando sus animalitos, cuando una chiva rejega se apartó de las otras y no la podía hallar. Luego de un rato de andarla buscando oyó que bramaba lejos, por el rumbo de las peñas. “Fregada chiva –pensó mi compadre–, ¿cómo fue a dar hasta allá arriba? Ora voy a tener que ir a regresarla.” Y se fue siguiendo los balidos del animal, hasta que llegó a un punto donde el camino se hace monte, trepó unas piedras grandes y alcanzó a llegar a una peña más o menos alta. Ahí ya no escuchó a la chiva bramar, así que afinó el oído tratando de encontrar una señal. No la oyó. Lo que sí oyó fue un rumor metálico que llegaba a través del aire del monte; era como si una pequeña campana repiqueteara sin detenerse. Mi compadre se dejó llevar por la curiosidad y se fue siguiendo aquel ruido extraño, que lo llevó hasta la entrada de una cuevita de tantas que hay por ese lado de la montaña. Se asomó al interior de la cueva y alcanzó a ver una lucecita que se tambaleaba. Al acercarse divisó la sombra de un hombre sentado en una mesa. Era un anciano que, apenas alumbrado por el resplandor de un candil, contaba un montón de monedas de oro, las cuales sacaba de un saco de tela, las contaba despacio, terminaba de contarlas, las echaba al saco, luego las regaba sobre la mesa y empezaba a contarlas otra vez.

–Oiga, Don –le dijo–, ¿qué hace usted aquí?

–Estoy contando mi dinero –le respondió el anciano.

–¿Y para qué lo cuenta tanto? Mejor gásteselo.

–Eso no va a poder ser, amigo. Yo ya no pertenezco al mundo de los vivos. Yo ya estoy condenado.

–¡Hombre! ¿Y cómo es eso?

–Debo decirle que mi historia es muy triste. Hace mucho tiempo yo era un hombre horrible; me gustaba el juego, las mujeres, la borrachera y, sobre todo, el dinero fácil. Un día que estaba jugando a la baraja con unos desconocidos se me acercó un retador, bien vestido, con unas espuelas de plata y con una bonita pistola grabada. Yo le quise ganar en la baraja las espuelas y la pistola, pero él ganó todas las partidas y yo perdí todo mi dinero y hasta mi casa. Luego me dijo “No se apure, señor, yo le devuelvo todo y además, como usted me ha caído bien, le doy todo lo que me pida”. Y yo, como no creí que fuera capaz de hacer tal cosa, le pedí las espuelas, la pistola y mucho dinero, tanto que nunca acabara de contarlo. Aquel que hablaba conmigo esa noche era el mismo Diablo. Me dio todo lo que le pedí y tanto dinero que ya no sabía ni dónde meterlo. Y esa fue la desgracia de mi vida. Yo podía gastarme toda una fortuna en una noche de parranda, pero no podía comprarles un pan a mis hijos porque el dinero se me quemaba en las manos y se hacía carbón. Y ahora estoy aquí, en esta cueva, condenado a contar mis monedas por toda la eternidad y sin poder gastar una sola.

–Pues ya que usted no las puede gastar –le dijo mi compadre al anciano, luego de escuchar con atención su historia–, démelas a mí para comprarme alguna cosa: un caballo, un buen machete o un par de huaraches.

–Si yo a usted le doy una de estas monedas, una sola, jamás podrá salir de esta cueva. No, mi amigo, no sea ambicioso como yo lo fui. Vaya a su casa con su mujer y sus hijos, y convénzase de que ser pobre es lo mejor que le pudo haber pasado.

Mi compadre Elpidio salió de la cueva reflexionando sobre lo que el anciano aquel le había dicho. Bajó de la peña y cuando llegó a donde había dejado las chivas notó que la que se había perdido ya estaba de nuevo reunida con el rebaño. Agarró su camino y se fue para su casa. Cuando mi comadre Rosa lo vio llegar casi se muere de la impresión.

–¡Elpidio, sigues vivo! ¿Cómo es posible?

–¿De qué hablas, mujer?

–Hace tres años que no sabemos nada de ti.

–¡Cómo que tres años! Si me salí a cuidar las chivas hoy en la mañana.

–Te lo juro por Dios, Elpidio. Hace tres años, el último día que saliste de esta casa, hubo un derrumbe allá en la montaña. La gente que fue a buscarte encontró tu rastro por esos mismo lugares, pero como nunca te hallaron, creímos que las piedras te habían sepultado…

Mi compadre no supo que decir. Entró en su casa, consultó el calendario y se miró al espejo. Efectivamente se veía más viejo que cuando salió de su casa.

Son muchas las historias que la gente cuenta sobre el diablo. Dicen que se llevó a Amalia Gorostieta, una muchacha muy bonita, hija de don Eusebio Gorostieta. Otros dicen que el Diablo causó la muerte del Padre Juvencio, cuando le espantó el caballo y éste lo tiró sobre una piedra. Y hubo un tiempo en que se volvió tan cínico y descarado Satanás, que muchos juran haberlo visto en las fiestas del pueblo, en las peleas de gallos, en las corridas de toros, en los bailes y hasta en algunos velorios. Doña Josefina Gonzaga (a la que le decíamos de cariño “tía Chepa”) un día se lo encontró en la salida del mercado, y, aunque estaba sola la pobre viejita, no le tuvo miedo. Le dijo: “Pinche diablo, déjanos vivir en paz. Ya no nos estés chingando”. Y desde entonces el diablo ya no volvió a aparecerse por el pueblo. Todos dicen que cuando murió tía Chepa se fue derechito al cielo.

Continuar leyendo
Haga clic para comentar

Leave a Reply

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Arte

De la poesía de Daniel Olivares Viniegra

Publicado

En

Por

De la poesía de Daniel Olivares Viniegra

 

Prismas Basálticos

 

I

 

He aquí un milagro prismático:

Sube la roca inmemorial

Y sobre su cumbre

Luz que no es luz incesante-larga–mente

reverbera

Toda ella brota canción de tiempo, eco y viento

Volviéndose presente suerte

que sin más se aleja

Y ahí (ya así) siempre apenas silenciosa

Desl(í)za(se) luego aprisa

cuando no aún más con pereza precipita

hasta que ilumina iris–discente

toda la gama del instantáneo amor posible

hacia la flora; hacia la fauna

hacia la vida toda que es

color también que en ese entorno breve anima.

Allá el azul

Acá la transparencia

Desde la entraña el siempre

Desde la constancia el hoy

Y nada más //

… todo es poema si en tu recuerdo se condensa.

 

 

 

II

 

He aquí un milagro basáltico:

Venimos

Somos, brillamos, cantamos, saltamos.

Seremos (después…) solo agua que viaja.

 

*

 

 

Polifemθ

*

…Ojo que nO ve igual a cíclOpe obligadO

* *

El sOl, solO dejO de luz O mejor aún

eclipsadO

caleidosc (opiO)

del ya efímero pan

Ora

ama

céntrica sOrtija infOrme

De/viene/se opacidad para la cual

entre áureOs destellOs

derivadOs del espectrO,

supervive en tantO la memoria, diáfana que es,

y es a(la) vez seductor abism

.

.

O

postigO apenas lóbregO,

tras cuya ausencia subsiste el casi (no colOr),

lo que pOr si acasO umbrOsidad implica,

y tram)O(nta

oquedad fosO, pozO; fOsa // PoZA en la que nada se pOsa

O es iridiscente

sima,

cuando nO procelosO pié_lagO u osciloscopiO

trém (((o))) l O

o multicromO palpitar

refulgente que clara[mente] hasta ahOra

trasciende, y nada ( … ) es

O sí:

el ocasO:

inanidad nadando en la nada;

(hada) in(h)ad(a)vertida.

*

 

 

 

 

Mantra

Palabra que se pronuncia

Gota que se evapora

Mancha que se seca.

*

 

 

Corredor de la sierra

Musgo, liquen, espora, clorofila

en adherente carrera al cielo.

Mineral y nutriente absorbe y adsorbe el vapor

en diletantes estados,

incluidos todos los de la tierra y su esencia.

Sólo el presente permanece presente

si bien (intemporal) aparece -de algún modo-

un latido de ayer.

… La plenitud comulgante

de la roca clama y se extiende.

El agua predica.

Su oración implora:

Ojalá que el futuro nunca aflore.

*

 

Daniel Olivares Viniegra. Poeta, gestor cultural, editor, redactor, corrector de estilo y docente. Hidalguense y chilango. Abierto colaborante. Antipoeta desde siempre y de un tiempo para acá. Su escritura, que se desborda hacia lo experimental, va de lo precámbrico rupestre (urbano) al nopoema abstracto con tintes emojísticos, pasando por el neobarroco, sin dejar de estar tampoco anclada a la raigambre étnico popular.

Premio Interamericano de Poesía, Navachiste 1995. Ha publicado los libros Poeta en flor…, Sartal del tiempo, Arenas, Atar(de)sol y Antiparras: antipoemas para lectores sin prejuicios. Textos suyos han sido traducidos al inglés, el portugués, el francés, el italiano, el catalán y el náhuatl.

Participa en diversos encuentros literarios de carácter nacional e internacional. Colabora de cerca con los proyectos: Humo Sólido, El Comité 1973, La Piraña,  Poesía en Órbita y World Festival of Poetry: Festival Mundial de la Palabra.

 

 

 

 

Continuar leyendo

Arte

La máscara de diablo

Publicado

En

Por

La máscara de diablo

Víctor Salgado

Jacinto era el hombre más pobre de la comarca. Vivía en una casa de adobe que se caía de vieja en la ladera de un cerrito, a la sombra de unos naranjos. Rutilia, su esposa, conservaba algo de la belleza de su juventud, pero el hambre y la pobreza la hacían ver aún más vieja de lo que realmente era. Ninguno de los dos solía salir de su ranchito más que alguna vez, cada dos o tres meses, para ir al pueblo a abastecerse de las cosas más absolutamente necesarias. Su aislamiento era tal, que la gente del pueblo los consideraba algo así como ermitaños, indeseables criaturas del monte que no eran bien recibidos en la iglesia, ni en el mercado o ni en cualquier lugar público. Algunos incluso se burlaban de ellos con crueldad.

Un día sábado muy temprano, Jacinto llegó a la plaza montado en su burro viejo. Llevaba un par de gallinas para cambiarlas por víveres en la tienda de don Casimiro Díaz. Ahí estaban tomando cerveza Simón Castro y su compadre Mequías Maldonado, quienes al ver al pobre hombre entrar en la tienda pensaron que era una gran oportunidad para jugarle una buena broma.

–Quiobo, Jacinto –le habló Simón–. ¡Qué milagro verte por aquí!

–Vine a vender unas gallinitas –respondió Jacinto.

–¿Y ya te vas? ¿No te vas a echar una cerveza con nosotros?

–Es que no traigo mucho dinero.

–No te apures, hombre –intervino Mequías–; nosotros te invitamos. Don Casimiro, tráigale una cerveza fría al amigo Jacinto, por favor.

Don Casimiro, que no estaba a gusto con la presencia de Jacinto en su tienda, le llevó una cerveza caliente y dijo:

–Nomás que se la tome y que se vaya. Esta gente del monte es muy mañosa y seguido se me pierden cosas de la tienda.

Jacinto recibió la cerveza y dirigió una mirada retadora al propietario del negocio.

–No le hagas caso –dijo Simón.

–Viejo canijo; nomás porque me ve pobre me desprecia.

–Ándale, tómate la cerveza, y ya no pienses en eso.

–Oye, Jacinto –dijo Mequías–, yo quiero ayudarte, si me lo permites. Te voy a decir lo que debes hacer para ganar buen dinero y que salgas de pobre.

–A mí no me pesa ser pobre, pero cuando pienso en mi mujer se me rompe el corazón nomás de recordar que a veces se pasa toda la noche remendando sus vestidos viejos o tratando de componer sus zapatos rotos…

–Por eso, amigo. Escucha lo que te decimos y vas a ver cómo en poco tiempo te juntas tus buenos centavos.

–¿Y qué debo hacer, pues?

–Mira, viejo, lo que debes hacer es lo siguiente; pon atención: junta la ceniza del fogón de tu casa y tráela a vender con don Esteban, el panadero. Él la compra, y la paga muy bien, principalmente ahora que se acerca el día de muertos, va a necesitar mucha ceniza para hacer pan.

–¿De veras?

–Sí, hombre. Entre más ceniza le traigas mejor te la va a pagar.

Jacinto terminó su cerveza caliente, recogió sus cosas y se despidió, dando las gracias al par de bribones, que se quedaron riéndose a carcajadas de la ignorancia del pobre montaraz. Un par de horas más tarde llegó a su casa, buscó unos costales viejos que había guardado detrás de la troja y durante los siguientes días recogió hasta la última pizca de ceniza que iba quedando en las hornillas y debajo del comal.

Para el siguiente sábado había llenado dos costales de ceniza, los cargó en su burro y se dispuso a salir de madrugada para llegar temprano a la plaza y ser el primero en venderla. Rutilia, que todo el tiempo desconfió del negocio de su marido, quiso persuadirlo en el último momento:

–Nadie te va a comprar esa ceniza –le dijo–. Yo nunca he sabido que se necesite ceniza para hacer pan.

–Confía en mí. Al rato que regrese te traeré un vestido nuevo.

–Qué vestido nuevo ni qué nada. Bueno, con tal de que no se te vaya a morir el burro en el camino, haz lo que te dé la gana.

Antes de amanecer, Jacinto ya estaba en el pueblo. Llegó a la casa de Esteban, donde ahí mismo tenía su panadería, y llamó a la puerta. Abrió la mujer del panadero, quien llamó a su marido y luego salió éste, extrañado de recibir a un visitante tan peculiar.

–Buenos días, patrón. Vengo a vender mi ceniza. Son como veinte kilos y ya la limpié.

Esteban, un hombre alto y muy gordo, hizo un gesto de confusión y respondió:

–¿Yo para qué quiero tu ceniza? Estás loco tú.

–Pero, señor, me dijeron que usted la compraba a buen precio.

–¿Y quién te dijo semejante pendejada?

–Don Simón y don Mequías me dijeron que…

–¡Simón y Mequías! Par de bandidos… ¿No ves que esos dos nomás andan buscando a quien hacer tarugo? Yo no compro ceniza ni me sirve de nada. Ahora vete y deja de quitarme el tiempo,

–Pero, señor… –suplicó Jacinto.

–Mira, llévate estos diez pesos para que te compres algo –respondió compadecido el panadero–, pero ya no le andes haciendo caso a esa gente descarada que nada más se burla de ti.

Jacinto recibió el dinero y se fue decepcionado y avergonzado de haberse dejado engañar tan fácilmente. Vagó un rato por el pueblo y esperó a que terminaran de instalarse los puestos de la plaza para comprarse algo con sus diez pesos. Pensó en el vestido que le prometió a su mujer, pero no le alcanzaba el dinero; quiso comprarse unos huaraches o un sombrero, pero todos costaban más de veinte pesos. En realidad no sabía qué hacer con los diez pesos que llevaba en el bolsillo. Cuando estaba a punto de irse a su casa, vio casi al final de la plaza un puesto que nunca había visto antes. Una anciana de aspecto aterrador tenía a la venta juguetes, silbatos, cohetes y disfraces de carnaval. En medio del puesto había una máscara de diablo, espantosa pero particularmente llamativa. Al verla, Jacinto creyó que si la compraba podría espantar una noche a los desgraciados que lo habían engañado, así que preguntó su precio a la anciana. “Cuesta diez pesos”, dijo la siniestra mujer, justo lo que le había dado el panadero, y no dudó en comprarla.

La decepción de Jacinto se había convertido en alegría y una especie de inocente malicia al pensar que podría desquitarse de Simón y Mequías, si los espantaba con su máscara de diablo el día de muertos. Iba caminando por la última calle del pueblo, jalando la rienda de su burro viejo, cuando vio acercarse una pequeña tropa que andaba en busca de unos bandidos.

–Oiga, señor –le dijo uno de los soldados–, ¿habrá visto pasar por aquí a dos hombres con dos caballos?

–Yo no he visto a nadie, señor.

–Bueno, sepa que son unos ladrones muy peligrosos. Si los llega a ver repórtese de inmediato al cuartel.

–Sí, señor.

Jacinto y los soldados siguieron cada quien su camino.

Cuando llegó a su casa, ya estaba pardeando la tarde. A la hora de cenar, le contó a su mujer todo lo que le había sucedido ese día: lo que le había dicho el panadero, lo del extraño puesto de la plaza, lo de los soldados… Y al final le contó de la máscara de diablo que se había comprado. Rutilia se asustó un poco cuando Jacinto se puso la máscara para enseñársela mejor.

–No seas bárbaro, Jacinto –le dijo–. Tira esa cosa; está muy fea.

Luego se fueron a dormir. Sería casi media noche cuando Rutilia se despertó; había escuchado el tropel de unos caballos acercándose a su casa. Un poco miedosa despertó a Jacinto, que estaba roncando.

–Ándale, asómate –le dijo–. No vaya a ser un alma en pena.

–¡Cómo un alma en pena! No digas locuras. Será algún viajero que se habrá perdido.

El tropel se escuchaba cada vez más cerca, hasta que se detuvo. Una voz masculina habló al otro lado de la cerca de piedra:

–Buenas noches. No se espanten; no somos ánimas del purgatorio.

Se oyeron risas. Luego habló otra voz de hombre:

–Nomás andamos buscando un lugar donde pasar la noche. Llevamos tres días de camino y necesitamos descansar y comer algo. Le pagaremos, y mañana, antes de que amanezca, nos iremos de aquí.

Jacinto creyó reconocer las voces de Simón y de Mequías, y pensó que tal vez se habían enterado de lo que sucedió con el panadero y, seguramente borrachos y sin nada mejor que hacer, habían ido a burlarse de él a su propia casa. Eso sí que no lo iba a permitir. Fue a su dormitorio, sacó la máscara de diablo y se la puso. Iluminado con la llama de un candil de petróleo, salió de su casa gimiendo y gritando para espantar a los desvergonzados. Los hombres, al ver al mismo diablo caminando hacia ellos, saltaron de los caballos y se echaron a correr sin detenerse, hasta que se perdieron en la oscuridad de la noche.

Rutilia salió del dormitorio y encontró a Jacinto riéndose a carcajadas tan escandalosas, que parecía que se iba a ahogar. A ella no le hizo mucha gracia; se acercó a los caballos para que no se fueran a escapar también, pero se dio cuenta de que llevaban una carga muy pesada, y llamó a su marido, que apenas empezaba a recuperar el aliento.

–Mira, Jacinto, estos caballos traen unas bolsas.

Jacinto se acercó a los caballos y registró la carga que llevaban. Descargó las bolsas de tela, abrió una y vio que estaba llena de monedas de plata. Además del dinero, descargó también dos carabinas, un revólver, unas espuelas, ropa y una garrafa de mezcal.

–Éstos no eran Simón ni Mequías –dijo a su mujer.

–¿Entonces quiénes eran?

Después de pensar un momento, recordó lo que le había dicho el soldado en la plaza ese mismo día.

–¡Los ladrones!

Pensó en ir al cuartel militar a dar parte a las autoridades, pero luego de reflexionar, llegó a la conclusión de que sería mejor guardar el dinero y las armas, deshacerse de las demás cosas y dejar libres a los caballos, que al fin aquellos hombres no le habían hecho nada a él ni a su mujer.

El siguiente sábado Jacinto y Rutilia llegaron muy temprano a la plaza. Compraron una canasta llena de frutas, un vestido hermoso para Rutilia, unos huaraches y un sombrero para Jacinto y una bolsa llena de pan. Simón y Mequías los vieron pasar desde la tienda de don Casimiro, completamente sorprendidos. No quisieron quedarse con la curiosidad picándoles el alma, así que alcanzaron a Jacinto y le preguntaron de dónde había sacado tanto dinero.

–Ya ven –les respondió–, vendí toda la ceniza a don Esteban y me la pagó muy bien.

Los dos bromistas se miraron entre sí; no lo podían creer. Y sin decir una palabra cada uno echó a correr a su casa.

Más tarde alguien llamó a la puerta de don Esteban. El hombre gordo y alto salió a ver quién era y encontró a Simón y Mequías completamente batidos y cargando pesados costales de ceniza. Les gritó:

–¡¿Ustedes?! Par de imbéciles…

v

Continuar leyendo

Arte

La Percepción Estética y Artística en los Videojuegos I

Publicado

En

Por

https://terciopelonegro.com/wp-content/uploads/2025/02/La-percepcion.jpg

La Percepción Estética y Artística en los Videojuegos I

@SpartanBlazer94

El arte es uno de los factores que nos diferencia de las demás especies del planeta Tierra, es la capacidad de creación del individuo, en el que el hombre se refleja subjetiva u objetivamente, otorgando sentimientos y propiedades humanas a objetos o eventos efímeros.

El cambio es uno de los aspectos más difíciles de la vida del hombre común, que, por más controlado que sea, siempre se convierte en un obstáculo a vencer, generando estrés e incomodidad. Es por eso que la apreciación y aceptación de los videojuegos como un arte emergente, ha sido un tema que ha forjado incontables discusiones a lo largo del tiempo.

Los videojuegos en sí mismos podrían no ser considerados un arte por los individuos más puristas, pero no podemos dejar de lado la sinergia artística interdisciplinaria que conlleva la creación de este.

Una persona con pocos conocimientos acerca del mundo de los juegos de video diría que éstos no podrían ser tomados en cuenta como arte, pues no cuenta con lo más mínimo necesario para entrar en una categoría tan dura como el arte, pues, al escuchar la palabra videojuego, su mente probablemente se remonte a aquel clásico de 1985, que sentó la base de lo que ahora es el gaming, Super Mario Bros.

Nintendo. (2020). Pantalla Inicial de Super Mario Bros.

https://www.nintendo.es/Juegos/NES/Super-Mario-Bros–803853.html

Super Mario Bros era un juego puramente divertido, acompañado únicamente por una historia inexistente, una serie de sonidos emitidos por el sistema en cuestión, intentando emular algo cercano a música y un estilo gráfico y artístico extremadamente limitado, basado únicamente en lo que la consola podría alcanzar tecnológicamente. Dicho lo anterior, podemos asegurar que Super Mario Bros podría no ser allegado remotamente a lo convencionalmente estética y bello para poder ser llamado un arte, pero las bases de toda la industria fueron forjadas en torno a dicho juego.

La razón de las limitaciones (además de la tecnología de la época) era que hace casi cuatro décadas, los videojuegos no eran nada más que, pues, eso, juegos. Su única meta era entretener al público infantil con una jugabilidad divertida, sin intentar buscar algo más allá, no había historias por contar, ni enseñanzas que otorgar, solamente un juego. Situación que no es inherentemente negativa, simplemente la situación en dicha época obligaba a tomar tal camino, agregando que la enorme mayoría de videojuegos contemporáneos repetían esta fórmula.

Pero la realidad actual de la industria es que es total y absolutamente distinta, en donde -gracias a los avances tecnológicos- ahora tenemos experiencias que son estéticamente atractivas en distintas disciplinas, tanto en estilo gráfico como narrativos, actuaciones formidables y otras más.

Tomemos como ejemplo para ilustrar la belleza interdisciplinaria básica de un videojuego que puede ser atractivo para el público mexicano no gamer, el mundo “Pueblo de Soltitlán” (o Tostarena, en su idioma original) de Super Mario Odyssey, la más reciente edición de un videojuego (2017) de nuestro querido redondete bigotón.

MarioWiki.com. (2017). Tostarena Town. Fair Use.

https://www.mariowiki.com/File:TostarenaTown.jpg

A simple inspección de la postal previa, podemos notar una notable y linda semejanza con uno de nuestros conceptos más arraigados y queridos como mexicanos, un grupo pequeño de edificios coloniales, con todo y sus macetitas colgando, alrededor de una pequeña fuente, situación típica de un suburbio mexicano de clase media, acompañada con los colores típicos de las festividades mexicanas, verde limón, azul agua, amarillo y, el siempre presente, rosa mexicano.

Todo esto estilizado de manera caricaturesca, lleno de alegría y color, acompañados de unas alegres calaveritas de colores -obvia referencia al incansablemente representado Día de Muertos-, agitando sus maracas, presumiendo efusivamente sus sombreros charros mientras disfrutan de unos ricos raspados (¡sí, puedes comerte un raspado!), pues estamos en un desierto.

Al fondo de la calle, podemos observar un conjunto de edificaciones y pirámides con motivos sincréticos olmecas, mexicas y mayas, en donde, con un claro misticismo, deberemos de adentrarnos y abrirnos paso entre tumbas, momias y cactus con espinas gigantescas, homenajeando con mucho cuidado y cariño a un México completamente tradicionalista, orgulloso de sus raíces, pero con casi 59 millones de gamers1.

 

<iframe width=»560″ height=»315″ src=»https://www.youtube.com/embed/tmnVCftrCb0″ frameborder=»0″ allow=»accelerometer; autoplay; clipboard-write; encrypted-media; gyroscope; picture-in-picture» allowfullscreen></iframe>

 

La comparativa entre Super Mario Bros (1985) y Super Mario Odyssey (2017) es tan solo una muestra donde se utilizó al personaje más famoso de los videojuegos para demostrar la profunda evolución que ha sufrido el medio en cuanto a factor artístico se refiere, mismo que puede ser extrapolado a muchas diferentes franquicias, tanto antiguas como emergentes, en donde el enfoque será distinto (arte literario, arte gráfico, arte teatral, etc.) dependiendo el tipo de juego.

En mi opinión, arribar a Soltitlán por primera vez, ha sido una de las experiencias más puras y conmovedoras en toda mi vida como videojugador. No pude evitar soltar un par de lágrimas de cocodrilo, al ver el cuidado y el trabajo de investigación previo realizado para alcanzar tal grado de detalle en una representación de México, de Mi México, en mi medio favorito. Poder avanzar a través de las calles rodeadas de elementos tradicionales de nuestro día a día, fue uno de los puntos más altos en mis motivos de gaming contemporáneo.

¿Y qué es el arte si no la expresión y representación del hombre mismo como persona social y como miembro de una comunidad en un ambiente puramente estético, así como generación de reflejos y sensaciones? Muchos recuerdos llegaron a mi mente, acompañados de un cúmulo de nostalgia y orgullo por la representación de Mi México en un videojuego de Mario Bros. Se generó tal sentimiento en mí, que no pude evitar esbozar una sonrisa y decir “Para mí, esto es arte”.

 

1El Sol de México (Agosto de 2019). A propósito del Día del Gamer, ¿cuántos gamers hay en México? Recuperado en Enero de 2021 desde

https://www.elsoldemexico.com.mx/doble-via/feliz-dia-del-gamer-cuantos-jugadores-hay-en-mexico-y-esto-es-lo-que-juegan-videojuegos-tecnologia-virales-consolas-nintendo-sony-xbox-ps4-4112651.html

 

 

Continuar leyendo

Reciente