Arte

Entrevista con el poeta Eduardo Cerecedo

Primera parte
Por Fernando García Álvarez

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En entrevista exclusiva para terciopelonegro.mx el Vate Eduardo Cerecedo nos habla de su vida dedicada a las letras, de su vocación por la palabra, de su infancia, las primeras lecturas, el descubrimiento de la poesía en su natal Tecolutla y de su extraordinaria antología Trópicos I.

El reconocido escritor, crítico, profesor, editor y multipremiado poeta Eduardo Cerecedo nació en Tecolutla Veracruz en 1962. Es licenciado en lengua y literaturas hispánicas por la UNAM donde también realizó la maestría en Letras mexicanas.

Antecedentes muy personales

Debo decir con orgullo que al maestro Cerecedo y a este escribidor nos une una ya vieja amistad de la que recuerdo con nostalgia su participación entusiasta y solidaria para el proyecto cultural Katiuska News en octubre de 1995 durante el ciclo de lecturas de poesía ¡¿No oyes ladrar los perros?! Llevado a cabo en el foro Efrén Rebolledo en el centro de Pachuca, Hgo. En aquella ocasión, acompañado de Juan Carlos H. Vera y Felipe Vázquez Badillo, presentaron las colecciones de poesía Ediciones Arlequín y Ediciones del 69. Los compañeros Alejandro y Moisés de la ENEP Acatlán participaron con sus guitarras en el recital.

Después de la presentación fuimos a mi casa a pasar una velada magnífica, donde a la sombra de un ron nicaragüense (bebida oficial de la casa), lo mismo escuchamos a Pearl Jam que a los Camarones de Chile, bailamos con los Caracas Boys y claro también hubo un duelo de guitarras y versos.

En esos, nuestros años maravillosos a través de la cultura y el arte hicimos patria a contracorriente de señores feudales e ideologías totalitarias enquistadas en el poder desde siempre y exhibidas a cabalidad por el levantamiento armado del ejército zapatista de liberación nacional en el estado de Chiapas en 1994, movimiento armado que cimbró desde sus carcomidos cimientos un sistema caduco y podrido hasta la médula.

Cito el contexto pues quiero resaltar la naturaleza de los actos que pueden dibujar con trazos más precisos la historia de nuestro distinguido poeta, al que sin más rodeos dejamos hablar a propósito de su antología Trópicos I.

…estoy muy contento con el libro que es un regalo que me da la vida. Una bella edición que trae su disco, en voz del autor una selección de poemas.

El creador se presenta advirtiendo su muy temprana inclinación a la literatura por influencia familiar y la cercanía con los libros en su vida cotidiana.

desde muy chico comencé con la lectura, yo leía desde siempre, mi hermano el mayor tenía en su morral un libro de poemas…

Recuerda que sus primeros libros fueron de Juan de Dios Pesa y Amado Nervo, y haberlos escuchado de las lecturas en voz alta que hacía su hermano mayor al terminar de comer:

yo les llevaba la comida, después de comer él se trepaba al tronco de una higuera y ahí empezaba a leer en voz alta los poemas de Amado Nervo y no sé a qué se deba pero el oído me fue guiando…

Más tarde gracias al fácil acceso a los libros de algunos familiares se aproximó por gusto al estudio de la historia de la literatura, donde conoció a los poetas españoles incluso antes que los mexicanos:

Fue cuando empecé a llenarme de literatura sin saber que después yo elegiría este camino, el camino de la lectura y el camino de la escritura. Hoy tengo una carrera en la UNAM de Lengua y Literaturas Hispánicas y una maestría en Literatura mexicana, aunque yo siento que si no hubiese tenido la oportunidad de estudiar una carrera yo hubiese escrito desde siempre porque la necesidad es así. Después de tanto leer uno termina queriendo comunicar lo que uno trae, ese silencio lo rompes y empiezas en la hoja en blanco a trabajarlo.

 Siendo alumno en la facultad de filosofía y letras de la UNAM conoció a un gran maestro de nacionalidad chilena:

 el maestro Hernán Lavín Serna, cuando entré a la facultad, me decía; oye Eduardo ya vi tus versos si tú te rasgas un brazo ahí salen ríos, salen peces, salen los manglares que traes dentro, yo no sabía de esta situación pero me agradó enormemente y comencé a trabajar, comencé a mirar hacia mí mismo y a través de esa introspección empecé a mirar lo que traía, a mirar mi infancia, mirar los árboles mirar la fauna, mirar los ecosistemas, la flora las aguas los ríos, la orografía, todo aquello que me era necesario para ir estructurando el primer poema…

 Por aquel entonces ya inscrito en el tercer semestre de la carrera ganó el premio nacional de poesía CREA 1998 con el antecedente de haber ganado 2 premios de manera autodidacta

 …cuando gané el premio nacional de poesía estaba en 3er semestre (de la carrera) y en el siguiente periodo me dije que tenía que tomar un taller de poesía con algún maestro que supiera de estas artes de la escritura, del arte de la palabra y me fui a inscribir con el maestro Federico Patán, el maestro me fue guiando y a la fecha seguimos trabajando, seguimos escribiendo.

De su niñez Eduardo recuerda que al no tener una escuela en su comunidad de nombre La barra de Boca de en medio, ingresó a la primaria a los 10 años, cuando su familia cambió de residencia a Boca de lima en Tecolutla:

 yo era más grande que los otro chicos que tenían 7 u 8 años y lo que se enseñaba yo lo aprendía en un ratito y me desesperaba. Y así empecé en el gusto por la lectura que fue para mí maravilloso. Llegando a Boca de lima ya me inscribí en la primaria, Benito Juárez. Al terminar mi educación primaria me vine a la Ciudad de México donde vivía mi hermano al que le dije: oye yo quiero seguir estudiando, y acá estamos.

Predestinado al mundo de las letras, joven y apasionado lector, siempre alumno consentido de las maestras de literatura, publicó su primer libro en 1992.

 Recuerdo que cuando estaba en la escuela preparatoria no 1 de la UNAM la maestra de literatura me decía: Eduardo cuando tú leas 200 libros de poesía vas a leer hasta dormido, y yo le contesté: maestra creo que ya los rebasé.

 A pregunta expresa sobre la vocación más íntima que lo lleva a la poesía responde que no sabe si eso se hereda, pero destaca un antecedente familiar :

 me enteré que mi abuelo por parte de mi madre tocaba la jarana, el arpa y era el que aventaba los versos en los fandangos, esto decía mi mamá. No se sí creer en ello pero es un gusto muy especial que uno ya trae…así como el que va a ser pintor trae el gusto por los trazos por el color, por la esencia de las cosa, en la palabra creo que es más fácil, pues las palabras únicamente tienes que seleccionarlas y buscar el ritmo, colocarlas en el verso y después de ese verso vas haciendo más versos para conformar lo que es un cuerpo lingüístico que vendría siendo el poema y así vamos caminando en esto que nace por un gusto, por algo vienes marcado ya, así se me dio a mí la literatura, la poesía.

 El principio del proceso creativo del escritor.

…un proyecto de libro lo vas realizando como cuando realizas una tesis; tienes ya el marco, tienes ya el esqueleto para ir llenando después esos espacios con tu investigación. En el caso del poema a veces se te da, a veces lo piensas, decía Jaime Sabines que él tenía una idea y la maduraba y cuando la maduraba escribía el poema.

 Nos afirma que no hay un método constante en la creación. 

 Generalmente lo hago con un lápiz en hoja en blanco, pero en los últimos 10 años ya escribo en el celular: Te despiertas con una idea y empiezas a trabajarla y ahí la tienes, la guardas…, son notas que van saliendo y después las vas trabajando, a veces en esas notas no hayas conexión en la vida real y no lo haces (el poema) se te va y a veces sí vuelves al punto de esencia y es como van saliendo los poemas.

 El poeta Cerecedo nos cuenta que sus autores favoritos han ido cambiando a través del tiempo y a medida que se fue adentrando en el estudio de las letras.

Un autor que me ha llamado mucho la atención es Federico García Lorca y que me sirvió como punta de lanza para escribir. Después de esa generación de poetas me vuelvo a los poetas mexicanos y es donde centré toda mi energía y toda mi visión para poder leerlos y poder comprender aquello que es muy importante para su obra y que de alguna manera esos reflejos se quedan en tus ojos y al mirar la hoja en blanco nada más tienes que ir trazando las palabras y se van quedando yo creo, esa es parte de la influencia. Otro autor importante fue Ramón López Velarde, me ayudó mucho a concentrar el ritmo del verso libre, el ritmo aquello que ya era chocoso para la poesía en prosa, el verso libre le fue dando esta libertad y esa salud al verso.

Nos confiesa que al descubrir los Versos del Capitán y la Barcarola de Pablo Neruda (publicado en el libro Residencia en la tierra) empieza la exploración de la obra del poeta chileno al que considera importantísimo para la poesía hispanoamericana y para la escritura mundial. Con el tiempo sigue descubriendo otros autores:

 ..escuchando “la hora nacional” descubrí a Octavio Paz: “dama huasteca ronda por las orillas, desnuda, saludable, recién salida del baño, recién nacida de la noche”. Cuando llegué a la preparatoria No 1 lo primero que hice fue ir a buscar Libertad bajo palabra conseguí el libro y empecé a leer a Octavio Paz. Así van cambiando mis autores, por ejemplo, en la secundaria Mario Benedetti fue mi poeta de almohada, luego van cambiando las posiciones, las circunstancias del lector y ya más grande conocí al padre de la poesía norteamericana que es Walt Whitman es donde ya mi fervor hacia la literatura, hacia la poesía se vio enfocado, allí me instalé y empecé a trabajar.

Posteriormente vienen José Lezama Lima y David Huerta. Voy buscando ese camino porque ellos escriben sobre la forma versicular, pero donde yo me instalo prácticamente es en la generación de poetas mexicanos que nacen a partir de 1950 y que son los poetas que actualmente están en la literatura y han hecho la literatura desde Silvia Tomasa Rivera hasta Jorge Esquinca que nace en 1959. Toda esa amplia gama de poetas de los 50 para mí es fundamental, ahí me instalé, es mi plataforma visual, mi plataforma rítmica.

Cuestionado por la posibilidad de que exista algún tipo de afinidad con otros poetas nos menciona que pudieran ser:

Raúl Garduño Culebro poeta que nace en la Ciudad de México y se va a Chiapas y muere ahí mismo. Tenemos también a Efraín Bartolomé a José Luis Rivas, pero el poeta que nace en 1946, Francisco Hernández es el poeta fundamental, el gran monstruo de las palabras. Los 3 grandes poetas de Veracruz después de Salvador Díaz Mirón después de Rubén Bonifaz Nuño, son Francisco Hernández, José Luis Rivas y Silvia Tomasa Rivera, son los poetas que de alguna manera conviven en mí, conviven en mi obra porque parte de su obra se ha quedado en mí y yo al escribir tengo que sacar lo mío y a veces esos ríos de silencio, esos ríos de musicalidad se concentran en una página que vendría siendo el poema.

Después vienen los poetas de mi generación. Un lector, un escritor, un poeta sin sus autores es un vacío.

 A la pregunta acerca de la influencia de Rubén Bonifaz Nuño en su obra, confirma que el escritor fue su maestro y que realizó la tesis de licenciatura sobre el libro del profesor El manto y la corona y se extiende sobre la obra de Bonifaz Nuño:

Rubén Bonifaz Nuño, poeta

 uno de los grandes autores y grandes poetas que supo comprender y entablar de una manera Adal paralelismo que viene siendo la poesía de corte culto y corte popular. Tanto como José Alfredo Jiménez como Homero como Catulo supo llevar esas voces y conjugarlas y buscarlas en la literatura azteca que es también donde él ha abrevado y ha dado muestras de que así fue lo que él vio, él miró , él escuchó  y lo que le gustó.

Albur de amor es un libro importante publicado por el Fondo de Cultura, es la proximidad del don Rubén de corte coloquial de corte popular, como se instala él con una voz con un ritmo tan propio con un conocimiento que tiene de la cultura griega, de la cultura romana y de la cultura azteca como corren esos filtros para escribir de una manera próxima a la canción.

 Al citar a otros autores también importantes para él nos dice:

 …del grupo de los contemporáneos que para mí es la renovación de la poesía en América, son los que dieron la potencia y la frescura a la lengua española en México. No nos podemos olvidar de Villaurrutia, ese hombre tan fino, tan importante para la literatura mexicana con sus poemas con temas a la noche, a la muerte, al amor; José Gorostiza y Carlos Pellicer son poetas de la abundancia, los poetas del trópico; Gilberto Owen es otro autor interesantísimo e importantísimo de esa generación y Salvador Novo ahí van con toda esa maravilla, todos ellos ilustrados por Jorge Cuesta que era la línea ascendente, el equilibrio entre esas voces, también Bernardo Ortiz de Montellano. Esos poetas fueron para mí fundamentales y así como la generación de poetas de los 50 con Jaime Gil de Biedma, Claudio Rodríguez, José Caballero Bonald, Carlo Barral, José Ángel Valente, a todos estos poetas yo los siento muy próximos como si los hubiera saludado. Conocí después de esa generación a Ángel González en la UNAM, un poeta que leí con enorme placer y tuve la posibilidad de platicar con él.

 El escritor Roberto Bolaño dice que admira a los poetas porque tienen una vida desmedida, llena de riesgos. ¿Cómo es la vida de Eduardo Cerecedo?

 … cuando uno es joven, todo lo que uno hace para escribir un poema, busca las posibilidades de que algo te lleve a rebasar el pensamiento que tienes y buscar otras formas para poder imaginar y hacer y escribir y ahí viene el tabaco y ahí viene la droga y viene el vino todo esto y yo creo que a eso se refiere el maestro Bolaño, pero creo que todo tiene un límite también, tiene un estar, entonces teniendo una mayor edad y seguir en esas vertientes pues ya prácticamente está uno fuere de lugar, para todo hay un momento.

Así la cátedra sobre poesía y el quehacer del escritor.

Ve la entrevista completa a Eduardo Cerecedo en el canal de youtube

Entrevista a Eduardo Cerecedo parte I – YouTube

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La máscara de diablo

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La máscara de diablo

Víctor Salgado

Jacinto era el hombre más pobre de la comarca. Vivía en una casa de adobe que se caía de vieja en la ladera de un cerrito, a la sombra de unos naranjos. Rutilia, su esposa, conservaba algo de la belleza de su juventud, pero el hambre y la pobreza la hacían ver aún más vieja de lo que realmente era. Ninguno de los dos solía salir de su ranchito más que alguna vez, cada dos o tres meses, para ir al pueblo a abastecerse de las cosas más absolutamente necesarias. Su aislamiento era tal, que la gente del pueblo los consideraba algo así como ermitaños, indeseables criaturas del monte que no eran bien recibidos en la iglesia, ni en el mercado o ni en cualquier lugar público. Algunos incluso se burlaban de ellos con crueldad.

Un día sábado muy temprano, Jacinto llegó a la plaza montado en su burro viejo. Llevaba un par de gallinas para cambiarlas por víveres en la tienda de don Casimiro Díaz. Ahí estaban tomando cerveza Simón Castro y su compadre Mequías Maldonado, quienes al ver al pobre hombre entrar en la tienda pensaron que era una gran oportunidad para jugarle una buena broma.

–Quiobo, Jacinto –le habló Simón–. ¡Qué milagro verte por aquí!

–Vine a vender unas gallinitas –respondió Jacinto.

–¿Y ya te vas? ¿No te vas a echar una cerveza con nosotros?

–Es que no traigo mucho dinero.

–No te apures, hombre –intervino Mequías–; nosotros te invitamos. Don Casimiro, tráigale una cerveza fría al amigo Jacinto, por favor.

Don Casimiro, que no estaba a gusto con la presencia de Jacinto en su tienda, le llevó una cerveza caliente y dijo:

–Nomás que se la tome y que se vaya. Esta gente del monte es muy mañosa y seguido se me pierden cosas de la tienda.

Jacinto recibió la cerveza y dirigió una mirada retadora al propietario del negocio.

–No le hagas caso –dijo Simón.

–Viejo canijo; nomás porque me ve pobre me desprecia.

–Ándale, tómate la cerveza, y ya no pienses en eso.

–Oye, Jacinto –dijo Mequías–, yo quiero ayudarte, si me lo permites. Te voy a decir lo que debes hacer para ganar buen dinero y que salgas de pobre.

–A mí no me pesa ser pobre, pero cuando pienso en mi mujer se me rompe el corazón nomás de recordar que a veces se pasa toda la noche remendando sus vestidos viejos o tratando de componer sus zapatos rotos…

–Por eso, amigo. Escucha lo que te decimos y vas a ver cómo en poco tiempo te juntas tus buenos centavos.

–¿Y qué debo hacer, pues?

–Mira, viejo, lo que debes hacer es lo siguiente; pon atención: junta la ceniza del fogón de tu casa y tráela a vender con don Esteban, el panadero. Él la compra, y la paga muy bien, principalmente ahora que se acerca el día de muertos, va a necesitar mucha ceniza para hacer pan.

–¿De veras?

–Sí, hombre. Entre más ceniza le traigas mejor te la va a pagar.

Jacinto terminó su cerveza caliente, recogió sus cosas y se despidió, dando las gracias al par de bribones, que se quedaron riéndose a carcajadas de la ignorancia del pobre montaraz. Un par de horas más tarde llegó a su casa, buscó unos costales viejos que había guardado detrás de la troja y durante los siguientes días recogió hasta la última pizca de ceniza que iba quedando en las hornillas y debajo del comal.

Para el siguiente sábado había llenado dos costales de ceniza, los cargó en su burro y se dispuso a salir de madrugada para llegar temprano a la plaza y ser el primero en venderla. Rutilia, que todo el tiempo desconfió del negocio de su marido, quiso persuadirlo en el último momento:

–Nadie te va a comprar esa ceniza –le dijo–. Yo nunca he sabido que se necesite ceniza para hacer pan.

–Confía en mí. Al rato que regrese te traeré un vestido nuevo.

–Qué vestido nuevo ni qué nada. Bueno, con tal de que no se te vaya a morir el burro en el camino, haz lo que te dé la gana.

Antes de amanecer, Jacinto ya estaba en el pueblo. Llegó a la casa de Esteban, donde ahí mismo tenía su panadería, y llamó a la puerta. Abrió la mujer del panadero, quien llamó a su marido y luego salió éste, extrañado de recibir a un visitante tan peculiar.

–Buenos días, patrón. Vengo a vender mi ceniza. Son como veinte kilos y ya la limpié.

Esteban, un hombre alto y muy gordo, hizo un gesto de confusión y respondió:

–¿Yo para qué quiero tu ceniza? Estás loco tú.

–Pero, señor, me dijeron que usted la compraba a buen precio.

–¿Y quién te dijo semejante pendejada?

–Don Simón y don Mequías me dijeron que…

–¡Simón y Mequías! Par de bandidos… ¿No ves que esos dos nomás andan buscando a quien hacer tarugo? Yo no compro ceniza ni me sirve de nada. Ahora vete y deja de quitarme el tiempo,

–Pero, señor… –suplicó Jacinto.

–Mira, llévate estos diez pesos para que te compres algo –respondió compadecido el panadero–, pero ya no le andes haciendo caso a esa gente descarada que nada más se burla de ti.

Jacinto recibió el dinero y se fue decepcionado y avergonzado de haberse dejado engañar tan fácilmente. Vagó un rato por el pueblo y esperó a que terminaran de instalarse los puestos de la plaza para comprarse algo con sus diez pesos. Pensó en el vestido que le prometió a su mujer, pero no le alcanzaba el dinero; quiso comprarse unos huaraches o un sombrero, pero todos costaban más de veinte pesos. En realidad no sabía qué hacer con los diez pesos que llevaba en el bolsillo. Cuando estaba a punto de irse a su casa, vio casi al final de la plaza un puesto que nunca había visto antes. Una anciana de aspecto aterrador tenía a la venta juguetes, silbatos, cohetes y disfraces de carnaval. En medio del puesto había una máscara de diablo, espantosa pero particularmente llamativa. Al verla, Jacinto creyó que si la compraba podría espantar una noche a los desgraciados que lo habían engañado, así que preguntó su precio a la anciana. “Cuesta diez pesos”, dijo la siniestra mujer, justo lo que le había dado el panadero, y no dudó en comprarla.

La decepción de Jacinto se había convertido en alegría y una especie de inocente malicia al pensar que podría desquitarse de Simón y Mequías, si los espantaba con su máscara de diablo el día de muertos. Iba caminando por la última calle del pueblo, jalando la rienda de su burro viejo, cuando vio acercarse una pequeña tropa que andaba en busca de unos bandidos.

–Oiga, señor –le dijo uno de los soldados–, ¿habrá visto pasar por aquí a dos hombres con dos caballos?

–Yo no he visto a nadie, señor.

–Bueno, sepa que son unos ladrones muy peligrosos. Si los llega a ver repórtese de inmediato al cuartel.

–Sí, señor.

Jacinto y los soldados siguieron cada quien su camino.

Cuando llegó a su casa, ya estaba pardeando la tarde. A la hora de cenar, le contó a su mujer todo lo que le había sucedido ese día: lo que le había dicho el panadero, lo del extraño puesto de la plaza, lo de los soldados… Y al final le contó de la máscara de diablo que se había comprado. Rutilia se asustó un poco cuando Jacinto se puso la máscara para enseñársela mejor.

–No seas bárbaro, Jacinto –le dijo–. Tira esa cosa; está muy fea.

Luego se fueron a dormir. Sería casi media noche cuando Rutilia se despertó; había escuchado el tropel de unos caballos acercándose a su casa. Un poco miedosa despertó a Jacinto, que estaba roncando.

–Ándale, asómate –le dijo–. No vaya a ser un alma en pena.

–¡Cómo un alma en pena! No digas locuras. Será algún viajero que se habrá perdido.

El tropel se escuchaba cada vez más cerca, hasta que se detuvo. Una voz masculina habló al otro lado de la cerca de piedra:

–Buenas noches. No se espanten; no somos ánimas del purgatorio.

Se oyeron risas. Luego habló otra voz de hombre:

–Nomás andamos buscando un lugar donde pasar la noche. Llevamos tres días de camino y necesitamos descansar y comer algo. Le pagaremos, y mañana, antes de que amanezca, nos iremos de aquí.

Jacinto creyó reconocer las voces de Simón y de Mequías, y pensó que tal vez se habían enterado de lo que sucedió con el panadero y, seguramente borrachos y sin nada mejor que hacer, habían ido a burlarse de él a su propia casa. Eso sí que no lo iba a permitir. Fue a su dormitorio, sacó la máscara de diablo y se la puso. Iluminado con la llama de un candil de petróleo, salió de su casa gimiendo y gritando para espantar a los desvergonzados. Los hombres, al ver al mismo diablo caminando hacia ellos, saltaron de los caballos y se echaron a correr sin detenerse, hasta que se perdieron en la oscuridad de la noche.

Rutilia salió del dormitorio y encontró a Jacinto riéndose a carcajadas tan escandalosas, que parecía que se iba a ahogar. A ella no le hizo mucha gracia; se acercó a los caballos para que no se fueran a escapar también, pero se dio cuenta de que llevaban una carga muy pesada, y llamó a su marido, que apenas empezaba a recuperar el aliento.

–Mira, Jacinto, estos caballos traen unas bolsas.

Jacinto se acercó a los caballos y registró la carga que llevaban. Descargó las bolsas de tela, abrió una y vio que estaba llena de monedas de plata. Además del dinero, descargó también dos carabinas, un revólver, unas espuelas, ropa y una garrafa de mezcal.

–Éstos no eran Simón ni Mequías –dijo a su mujer.

–¿Entonces quiénes eran?

Después de pensar un momento, recordó lo que le había dicho el soldado en la plaza ese mismo día.

–¡Los ladrones!

Pensó en ir al cuartel militar a dar parte a las autoridades, pero luego de reflexionar, llegó a la conclusión de que sería mejor guardar el dinero y las armas, deshacerse de las demás cosas y dejar libres a los caballos, que al fin aquellos hombres no le habían hecho nada a él ni a su mujer.

El siguiente sábado Jacinto y Rutilia llegaron muy temprano a la plaza. Compraron una canasta llena de frutas, un vestido hermoso para Rutilia, unos huaraches y un sombrero para Jacinto y una bolsa llena de pan. Simón y Mequías los vieron pasar desde la tienda de don Casimiro, completamente sorprendidos. No quisieron quedarse con la curiosidad picándoles el alma, así que alcanzaron a Jacinto y le preguntaron de dónde había sacado tanto dinero.

–Ya ven –les respondió–, vendí toda la ceniza a don Esteban y me la pagó muy bien.

Los dos bromistas se miraron entre sí; no lo podían creer. Y sin decir una palabra cada uno echó a correr a su casa.

Más tarde alguien llamó a la puerta de don Esteban. El hombre gordo y alto salió a ver quién era y encontró a Simón y Mequías completamente batidos y cargando pesados costales de ceniza. Les gritó:

–¡¿Ustedes?! Par de imbéciles…

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La Percepción Estética y Artística en los Videojuegos I

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La Percepción Estética y Artística en los Videojuegos I

@SpartanBlazer94

El arte es uno de los factores que nos diferencia de las demás especies del planeta Tierra, es la capacidad de creación del individuo, en el que el hombre se refleja subjetiva u objetivamente, otorgando sentimientos y propiedades humanas a objetos o eventos efímeros.

El cambio es uno de los aspectos más difíciles de la vida del hombre común, que, por más controlado que sea, siempre se convierte en un obstáculo a vencer, generando estrés e incomodidad. Es por eso que la apreciación y aceptación de los videojuegos como un arte emergente, ha sido un tema que ha forjado incontables discusiones a lo largo del tiempo.

Los videojuegos en sí mismos podrían no ser considerados un arte por los individuos más puristas, pero no podemos dejar de lado la sinergia artística interdisciplinaria que conlleva la creación de este.

Una persona con pocos conocimientos acerca del mundo de los juegos de video diría que éstos no podrían ser tomados en cuenta como arte, pues no cuenta con lo más mínimo necesario para entrar en una categoría tan dura como el arte, pues, al escuchar la palabra videojuego, su mente probablemente se remonte a aquel clásico de 1985, que sentó la base de lo que ahora es el gaming, Super Mario Bros.

Nintendo. (2020). Pantalla Inicial de Super Mario Bros.

https://www.nintendo.es/Juegos/NES/Super-Mario-Bros–803853.html

Super Mario Bros era un juego puramente divertido, acompañado únicamente por una historia inexistente, una serie de sonidos emitidos por el sistema en cuestión, intentando emular algo cercano a música y un estilo gráfico y artístico extremadamente limitado, basado únicamente en lo que la consola podría alcanzar tecnológicamente. Dicho lo anterior, podemos asegurar que Super Mario Bros podría no ser allegado remotamente a lo convencionalmente estética y bello para poder ser llamado un arte, pero las bases de toda la industria fueron forjadas en torno a dicho juego.

La razón de las limitaciones (además de la tecnología de la época) era que hace casi cuatro décadas, los videojuegos no eran nada más que, pues, eso, juegos. Su única meta era entretener al público infantil con una jugabilidad divertida, sin intentar buscar algo más allá, no había historias por contar, ni enseñanzas que otorgar, solamente un juego. Situación que no es inherentemente negativa, simplemente la situación en dicha época obligaba a tomar tal camino, agregando que la enorme mayoría de videojuegos contemporáneos repetían esta fórmula.

Pero la realidad actual de la industria es que es total y absolutamente distinta, en donde -gracias a los avances tecnológicos- ahora tenemos experiencias que son estéticamente atractivas en distintas disciplinas, tanto en estilo gráfico como narrativos, actuaciones formidables y otras más.

Tomemos como ejemplo para ilustrar la belleza interdisciplinaria básica de un videojuego que puede ser atractivo para el público mexicano no gamer, el mundo “Pueblo de Soltitlán” (o Tostarena, en su idioma original) de Super Mario Odyssey, la más reciente edición de un videojuego (2017) de nuestro querido redondete bigotón.

MarioWiki.com. (2017). Tostarena Town. Fair Use.

https://www.mariowiki.com/File:TostarenaTown.jpg

A simple inspección de la postal previa, podemos notar una notable y linda semejanza con uno de nuestros conceptos más arraigados y queridos como mexicanos, un grupo pequeño de edificios coloniales, con todo y sus macetitas colgando, alrededor de una pequeña fuente, situación típica de un suburbio mexicano de clase media, acompañada con los colores típicos de las festividades mexicanas, verde limón, azul agua, amarillo y, el siempre presente, rosa mexicano.

Todo esto estilizado de manera caricaturesca, lleno de alegría y color, acompañados de unas alegres calaveritas de colores -obvia referencia al incansablemente representado Día de Muertos-, agitando sus maracas, presumiendo efusivamente sus sombreros charros mientras disfrutan de unos ricos raspados (¡sí, puedes comerte un raspado!), pues estamos en un desierto.

Al fondo de la calle, podemos observar un conjunto de edificaciones y pirámides con motivos sincréticos olmecas, mexicas y mayas, en donde, con un claro misticismo, deberemos de adentrarnos y abrirnos paso entre tumbas, momias y cactus con espinas gigantescas, homenajeando con mucho cuidado y cariño a un México completamente tradicionalista, orgulloso de sus raíces, pero con casi 59 millones de gamers1.

 

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La comparativa entre Super Mario Bros (1985) y Super Mario Odyssey (2017) es tan solo una muestra donde se utilizó al personaje más famoso de los videojuegos para demostrar la profunda evolución que ha sufrido el medio en cuanto a factor artístico se refiere, mismo que puede ser extrapolado a muchas diferentes franquicias, tanto antiguas como emergentes, en donde el enfoque será distinto (arte literario, arte gráfico, arte teatral, etc.) dependiendo el tipo de juego.

En mi opinión, arribar a Soltitlán por primera vez, ha sido una de las experiencias más puras y conmovedoras en toda mi vida como videojugador. No pude evitar soltar un par de lágrimas de cocodrilo, al ver el cuidado y el trabajo de investigación previo realizado para alcanzar tal grado de detalle en una representación de México, de Mi México, en mi medio favorito. Poder avanzar a través de las calles rodeadas de elementos tradicionales de nuestro día a día, fue uno de los puntos más altos en mis motivos de gaming contemporáneo.

¿Y qué es el arte si no la expresión y representación del hombre mismo como persona social y como miembro de una comunidad en un ambiente puramente estético, así como generación de reflejos y sensaciones? Muchos recuerdos llegaron a mi mente, acompañados de un cúmulo de nostalgia y orgullo por la representación de Mi México en un videojuego de Mario Bros. Se generó tal sentimiento en mí, que no pude evitar esbozar una sonrisa y decir “Para mí, esto es arte”.

 

1El Sol de México (Agosto de 2019). A propósito del Día del Gamer, ¿cuántos gamers hay en México? Recuperado en Enero de 2021 desde

https://www.elsoldemexico.com.mx/doble-via/feliz-dia-del-gamer-cuantos-jugadores-hay-en-mexico-y-esto-es-lo-que-juegan-videojuegos-tecnologia-virales-consolas-nintendo-sony-xbox-ps4-4112651.html

 

 

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El perico de doña Lala

Y el perico obedecía sin hacer caso a nuestras escandalosas risas

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El perico de doña Lala

Víctor Salgado

 

Cómo olvidar aquellos años felices de la escuela primaria. ¡Imposible! Recuerdo especialmente tres cosas: la tabla de castigo de la maestra Yolanda, los ojos brillantes y negros de Celia y el perico de doña Lala. Aquella tabla de castigo parecía haber encontrado en mi espalda su lugar favorito; todas las tardes (porque estudiaba en el turno vespertino) la maestra Yolanda me azotaba por causa de algún vidrio roto, una tarea incompleta o por algún chochito lanzado con popote que había perdido su rumbo y había ido a parar en el copete cuidadosamente peinado de la licenciada en Pedagogía Yolanda Vargas Almonte. Afortunadamente, aquella mujer ya no enseña más: dejó la profesión de maestra para volverse vendedora de cosméticos.

Celia era una morenita flacucha con piernas de lagartija que me traía loco. Tenía una hermana tres años mayor que –decían las malas lenguas– ya se había besuqueado con todos sus compañeros de secundaria. Pero Celia era discreta, o más bien tímida, de las que sacaban diez en todo y su mayor ilusión era estar en la escolta. Una tarde le pedí que fuera mi novia y dijo que sí, pero al día siguiente me dijo que ya no. Yo estaba desconcertado. Ya sé que las mujeres tienen comportamientos muy extraños, que es difícil distinguir cuando de veras están enamoradas y cuando solamente tratan de divertirse a costa de un pobre idiota ilusionado; pero en quinto de primaria no era tan experto en cuestiones femeninas, así que Celia me dejó confundido y atontado. Más tarde me explicó que su padre le dijo –más bien le gritó– tajantemente que de ninguna manera permitiría que una hija suya anduviera de buscona con cualquier barbaján, vago y sinvergüenza que la dejara botada cuando saliera con su domingo siete… “Pero podemos ser amigos”, dijo Celia y yo acepté.

Doña Lala vivía exactamente frente a la puerta de la escuela. Todas las tardes ponía una mesa en la entrada de su casa y vendía frituras, congeladas, gelatinas, paletas, chicharrones preparados y una gran variedad de dulces. A todos nos hacía muy felices. Yo procuraba guardar uno o dos pesos de lo que mi madre me daba para gastar a la hora del recreo, pues con eso (benditos aquellos lejanos tiempos) bien que me alcanzaba para darme un festín de lujo. La señora era viuda y ya todos sus hijos habían hecho vida aparte, por lo que vivía sola. Bueno, no tan sola. La acompañaba un perico parlanchín que era toda una atracción. El perico, instruido por un montón de chamacos que no tenían nada mejor que hacer, había adquirido la habilidad de repetir alegres frases juveniles y picaronas, desde saludos graciosos hasta los más rebuscados albures. Nunca faltaba un grupito de niños disparateros que se acercaba al puesto de doña Lala con el pretexto de comprar un boing congelado y, aprovechando la ocasión, hacerle repetir al perico las más novedosas groserías.

–Hola, periquito –le decíamos–. Di “huevos”.

–“Huevos” –repetía el perico, y todos respondíamos con una alegre carcajada.

–Periquito, di “cámara, güey”.

Y el perico obedecía sin hacer caso a nuestras escandalosas risas.

–Perico, a ver, di “mamacita, estás bien buena”.

Definitivamente la pequeña ave estaba dotada de una inteligencia suprema, pues cada vez era mayor su repertorio de picardías y frases propias de los niños que solíamos asistir a las primarias públicas de las colonias populares. Llegó el momento en que ya no era necesario pedirle al perico que repitiera las palabras que le enseñábamos, pues el sorprendente animalito nos veía llegar al puesto y su prodigiosa memoria le hacía entender que era el momento de soltar una alegre oración del tipo “no mames, güey”, “tu mamá es mi novia”, “a ese güey no se le para” o algo por el estilo. Doña Lala fingía molestarse por las muchas ocurrencias del perico mal hablado, pero más de una vez alguien la vio riéndose de las vulgaridades dichas por éste. A veces, al ver que el perico no estaba en su acostumbrado lugar junto al puesto, alguno le preguntaba a la digna señora “doña Lala, ¿dónde metió su pájaro?”

–Chamacos pendejos –contestaba la doña–, a mí no me estén albureando.

Una tarde de verano me di cuenta de que Celia estaba más bonita que nunca, y todavía, muchos años después, no encuentro las palabras precisas para expresar lo que sentí. Fue como si un yo diminuto y vestido de diablo (como en las caricaturas) apareciera en mi hombro izquierdo y me hubiera dicho al oído “ándale, baboso, ahora es cuando. ¡Mira nomás qué chulada!”

Y ahí va el otro de idiota…

–Celia, quieres…

¿A dónde la iba a invitar con los tres pesos que me habían sobrado del recreo? ¿Al cine? ¿Al teatro? ¿A cenar en un restaurante francés?

–Celia, ¿quieres un chicharrón preparado? Yo te lo invito.

Sólo me alcanzaba para uno.

–Bueno, pero vamos rápido. Tengo que regresar temprano a mi casa –fue la respuesta de Celia, y en ese momento el mundo se convirtió en el lugar más feliz y complicado que podría existir.

Nos dirigimos, pues, al zaguán de doña Lala, donde la carismática anciana nos recibió con una formidable sonrisa.

–Hola, niños. ¿Qué van a llevar?

–Denos un chicharrón prep…

–Mamacita, estás bien buena –dijo el perico inoportuno.

Intenté por segunda vez pedir la necesaria golosina del amor.

–¿Nos puede preparar un…?

–Tu mamá es mi novia –intervino de nuevo el animalejo.

Celia se sonrojó, pero no pudo evitar soltar una risita tierna. Yo, que empezaba a desesperarme, hallé consuelo a mis penas cuando vi que Celia se divertía con las vulgaridades del pajarraco. Así que me lancé otra vez al ataque, esperando que la nueva frase del perico fuera más graciosa que las anteriores.

–Doña Lala, nos da un chicharrón preparado, por favor.

–¡A ese güey no se le para! –declaró la majadera ave.

Me sonrojé, y no es que tuviera razón el perico, sino porque Celia y doña Lala parecían ahogarse con sus incontrolables carcajadas. ¡Condenado pájaro! Pero valió la pena: la dulce señora nos regaló dos chicharrones preparados; Celia se divirtió demasiado; y yo, avergonzado y todo, viví uno de los momentos más felices de mi infancia.

Ojalá que Celia, donde quiera que esté, se acuerde de esa tarde de verano…

 

 

 

 

 

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