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Ideas obsesivas y rituales compulsivos

M. en T. Psic. Carlos Chávez Macías

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“Sigmund Freud consideraba las ideas obsesivas como expresión de deseos reprimidos”

Con frecuencia en la vida diaria se escuchan expresiones como: “tengo una idea que no se me quita de la cabeza”, “fulana está obsesionada por la limpieza” o “zutano está obsesionado por el sexo”.

Concepto

El diccionario[1] define obsesión como “idea fija que se apodera del espíritu independientemente de la voluntad, y a la cual se vuelve sin cesar”. Y si recurrimos a su etimología latina significa asedio.

Las obsesiones, también llamadas manías, son síntomas frecuentes que pueden ser considerados como normales y que son comunes a muchas personas.

En ocasiones los niños muestran ciertos síntomas obsesivos como no querer pisar una línea. Probablemente se trate de algo transitorio que es parte de un momento del desarrollo.

Las obsesiones pueden presentarse en cualquiera de las estructuras clínicas: neurótica (en sus formas obsesiva o histérica), psicótica o perversa.

 Sin embargo, la neurosis obsesiva se caracteriza por el predominio de estos síntomas. En el momento en que las obsesiones impiden llevar a cabo con normalidad las actividades cotidianas y provocan sufrimiento es, entonces, cuando debe acudirse con el especialista. Por ejemplo, lavarse las manos es higiénico y positivo; sin embargo, hacerlo con exageración (no aplica en pandemia) habla de una obsesión, quizá motivada por culpas inconscientes. La pregunta sería: ¿de qué se limpia tanto?

La pregunta inconsciente del obsesivo

Jacques Lacan, psicoanalista francés, sostiene que los dos tipos de neurosis, la histeria y la obsesiva, consisten en una pregunta.

En la persona histérica la pregunta inconsciente es ¿qué significa ser mujer?

La pregunta que constituye la neurosis obsesiva tiene que ver con la existencia propia y puede formularse como ¿estoy vivo o muerto? o ¿por qué existo?

La persona obsesiva intenta dar respuesta a esa pregunta inconsciente a lo largo de su vida; de este modo se inclinará por actividades que tengan que ver con la existencia y con la muerte; por carreras universitarias como medicina, filosofía o psicología en donde tratará de dar respuesta al sentido de la vida.

Asimismo el obsesivo intentará trabajar incansablemente para justificar su existencia y huir de la culpa que siente inconscientemente por haberse sentido muy cerca de su madre y haber hecho a un lado al padre. Hace unos años fue publicado el libro El hombre que confundió el trabajo con la vida que ilustra lo anterior con claridad.

Expresión de deseos reprimidos

Sigmund Freud consideraba las ideas obsesivas como expresión de deseos reprimidos y creía que la neurosis obsesiva era más fácil de detectar que la histeria porque los síntomas obsesivos son puramente mentales, a diferencia de los síntomas histéricos en que hay una conversión a lo corporal como, por ejemplo, en una parálisis o ceguera histéricas.

Para Lacan, la neurosis obsesiva es una estructura clínica y no un conjunto de síntomas. Así las ideas recurrentes u obsesiones, las compulsiones (que son ideas que nos hacen llevar a cabo acciones que a veces nos parecen absurdas), los rituales (como verificar una y otra vez que se han cerrado puertas, etc.), dudas, pensamientos hostiles, etc. forman la sintomatología, pero no determinan la estructura.

Rituales compulsivos

También el sujeto obsesivo es afecto a los rituales compulsivos porque piensa que le permitirán huir de lo que psicoanalíticamente se llama la falta en el Otro, que en la fantasía inconsciente (fantasma) suele representarse como un desastre inmenso[2]. Por ejemplo, Sigmund Freud en su tratado A propósito de un caso de neurosis obsesiva (1909) sobre el llamado Hombre de las ratas analiza los rituales que desarrolló su paciente con objeto de evitar el miedo a que se causara un castigo terrible a su padre o a su amada.

El obsesivo piensa “si hago esto, se evitará aquello”. De aquí se deriva la creencia popular de que si se sueña algo pero se cuenta lo ocurrido en el sueño no sucederá. Sin embargo, recordemos que el sueño es un cumplimiento de un deseo reprimido que se presenta disfrazado y, por tanto, se interpreta.

Obsesiones sacrílegas[3]

Las obsesiones destacan en muchas ocasiones por su carácter sacrílego.

Muchos obsesivos, ante las expresiones religiosas en actos de oración o de civismo en homenajes, sienten que se les desencadenan pensamientos injuriosos u obscenos. De hecho este fenómeno es oído frecuentemente en las sesiones psicoanalíticas y en las confesiones o pláticas por los sacerdotes o pastores.

El obsesivo percibe sus ocurrencias sacrílegas y obscenas como expresión de su voluntad; y entonces se establece una lucha interior de ideas contrarias que ocupan gran actividad mental.

Del mismo modo, por ejemplo, un automovilista obsesivo se preguntará si no habrá atropellado a alguien, por lo que regresará para cerciorarse de ello; sin embargo, no podrá convencerse porque pensará que pudieron haber recogido al atropellado antes.

Es decir, el obsesivo está obsesionado, valga la redundancia, no sólo por el miedo de no cometer algún acto grave, producto de sus ideas, sino también por haberlo cometido sin darse cuenta.

Retorno de lo reprimido[4]

Charles Melman[5] describe al sujeto obsesivo de esta manera: “un solterón que se ha quedado junto a su madre, un funcionario o un contador lleno de hábitos y pequeñas manías, escrupuloso y preocupado por una justicia igualitaria, que privilegia las satisfacciones intelectuales y vela con su civismo o su religiosidad una agresividad mortífera”. Sin embargo, hay que analizar caso por caso

Por ello debe decirse que algo que puede observarse en las obsesiones es que lo reprimido retorna con una virulencia proporcional a la fuerza de la represión.

La severidad del superyó (conciencia moral) corresponde a la intensidad de la agresividad reprimida en el niño hacia los padres.

[1] Ramón García Pelayo y Gross, Pequeño Larousse Ilustrado, México, Ed. Larousse, 1990,  p. 732.

[2] Dylan Evans, Diccionario introductorio de psicoanálisis lacaniano, Buenos Aires, Paidós, 1997, p. 138.

[3] Roland Chemama et al., Diccionario del psicoanálisis, Buenos Aires, Amorrortu, 1998, p. 287.

[4] Roland Chemama et al., op.cit., pp. 287-289.

[5] Cfr. Roland Chemama et al., op.cit., p. 287.

Enfermedad del deseo

Lacan concluyó que la anorexia es un síntoma del deseo.

Juan David Nasio al referirse a la paciente anoréxica dice: “Quiere que la insatisfacción reine por todas partes, que sólo haya insatisfacción, tanto de la necesidad fisiológica como del deseo. La anorexia consiste en decir: <<No, no quiero comer para satisfacerme y no quiero satisfacerme para estar segura de que mi deseo permanece intacto […]. La anorexia es ese grito contra toda satisfacción y es un mantenimiento obstinado de la insatisfacción”[4].

Un bebé al ser amamantado puede quedar satisfecho en su hambre fisiológica, pero quedar insatisfecho en su hambre de cariño. La persona anoréxica no come porque cada vez que hacía una demanda de amor era atiborrada de comida, por lo que su deseo quedó reducido a la mera necesidad. Una boca atiborrada no puede emitir palabra alguna[5].

Por ello, si tenemos clara la diferencia entre la necesidad fisiológica y el deseo, podemos entender que el anoréxico “cuanto más sacie su hambre, menos podrá mantener despierto su deseo”[6]. Por ello ha llegado a llamarse a la anorexia enfermedad del deseo[7].

La anorexia es un deseo de nada. La persona anoréxica intenta poner distancia, crear una separación, para impedir que se le llene en contra de su voluntad. Lo que quiere es nada, nada en la boca. “Sólo quiere nada. Lleva al extremo la negación de la histérica a que se le colme, a que se  le satisfaga”[8].

En otras palabras, la anorexia es la única manera que se encontró para surgir como sujeto deseante fuera del deseo de los demás. Si deja de estar enferma sentirá que no es nadie. Así, por lo menos es anoréxica.

Tratamiento de la anorexia

Una persona anoréxica deberá ser tratada de manera multidisciplinaria por psicoanalistas o psiquiatras, médicos y nutriólogos.

Sin embargo, es conveniente mencionar que, de acuerdo con las enseñanzas de Françoise Dolto, el paciente puede mejorar significativamente si trabaja el modelado con plastilina o dibuja, ya que a través de las figuras creadas pueden descifrarse algunos aspectos inconscientes[9]. La razón es que esa creación es una manera de decir.

La importancia de hablar

La persona anoréxica es esclava de su no-decir, de lo que le es imposible decir; por ello, para el psicoanálisis lo importante es la capacidad de hablar. Así lo expresa Graziella Baravalle[10] sobre un caso: “Desde mi lugar de analista nunca le he sugerido que coma ni que engorde, sino que hable”. 

El método psicoanalítico

La cura analítica deberá permitir que la persona anoréxica transforme en palabras lo que actualmente expresa con el cuerpo.

Por ello, Nasio[11] escribe: “Es evidente que no hay peor actitud hacia un anoréxico que querer alimentarlo. Esto sólo reforzaría su protesta y su insistencia en conservar el deseo a cualquier precio, es decir, defender cueste lo que cueste el hecho de no estar satisfecho y querer preservar así su ser”.

El reto del psicoanálisis en pacientes anoréxicos es trabajar fundamentalmente en la escucha, para facilitar así el paso de una boca obligada a comer a una boca urgida a poner en palabras su sufrimiento[12]. La cura se dará por añadidura.

Criterios para el diagnóstico de la anorexia (según el dsm iii, 1980):

Miedo intenso a engordar, que no disminuye a medida que se pierde peso.

Alteración de la imagen corporal.

Pérdida de al menos un 25% del peso original.

Negativa a mantener el peso corporal por encima del mínimo corporal, según edad y talla.

Ausencia de enfermedades somáticas que justifiquen la pérdida de peso.

[1] Cfr. G.Baravalle et al., Anorexia, Barcelona, Paidós, 1996, p. 16.

[2] G. Baravalle et al., op. cit., p. 18.

[3] Marcelo Hekier y Celina Miller, Anorexia-Bulimia: Deseo de Nada,  Buenos Aires, Paidós, 2005, p. 74.

[4] Cfr. G. Baravalle et al., op. cit., p. 11.

[5]  Cfr. G. Baravalle et al., op. cit., p. 20.

[6] Cfr. G.Baravalle et al., op. cit., p. 11.

[7] Cfr. G. Baravalle et al., op. cit., p. 39.

[8] G. Baravalle et al., op. cit., p. 49.

[9] Cfr. Marcelo Hekier y Celina Miller, op. cit., p. 32.

[10] G. Baravalle et al., op. cit., p. 49.

[11] Cfr. G. Baravvalle et al., op. cit., p. 11.

[12] Cfr. Marcelo Hekier y Celina Miller, op. cit., p. 13.

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Diálogo entre Albert Einstein y Sigmund Freud

¿Hay algún camino para evitar a la humanidad los estragos de la guerra?

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Diálogo entre Albert Einstein y Sigmund Freud

M.en T. Psic. Carlos Chávez Macías

¿Hay algún camino para evitar a la humanidad los estragos de la guerra? Einstein a Freud

El 30 de julio de 1932, el famoso físico Albert Einstein[1] escribió una carta a Sigmund Freud, creador del psicoanálisis, preguntándole si existía algún camino para evitar a la humanidad los estragos de la guerra.

Freud[2], quien tenía 76 años, le contesta en septiembre del mismo año. En esta época ya había acontecido la I Guerra Mundial (1914-1918), y aún no daba inicio la II (1939-1945). La ONU fue constituida en 1945, para suceder a la Sociedad de Naciones, creada en 1919 y desaparecida en la II Guerra Mundial.

 

Einstein y Freud únicamente se habían visto en una ocasión, en la casa del hijo menor de Freud en Berlín 5 años antes, a principios de 1927. En una carta al también psicoanalista Sándor Ferenczi, Freud[3] escribió acerca de esa reunión: “En efecto, charlé dos horas […] con Einstein […]. Es una persona jovial, segura y amable, entiende tanto de psicología como yo de física, de manera que nos entendimos a las mil maravillas”.

Después de esas cartas sobre los motivos de las guerras, intercambiaron algunas en 1936 y 1939.

 A continuación, presentamos a modo de diálogo extractos textuales de ambas cartas publicadas en las Obras completas de Sigmund Freud.

El problema de la guerra

Albert Einstein: “La propuesta de la Liga de Naciones y de su Instituto Internacional de Cooperación Intelectual en París […] me brinda una muy grata oportunidad de debatir con usted una cuestión que, tal como están ahora las cosas, parece el más imperioso de todos los problemas que la civilización debe enfrentar. El problema es éste. ¿Hay algún camino para evitar a la humanidad los estragos de la guerra? […] todo intento de darle solución ha terminado en un lamentable fracaso”.

 

Sigmund Freud: “Esperaba que escogería un problema situado en la frontera de lo cognoscible hoy, y hacia el cual cada uno de nosotros, el físico y el psicólogo, pudieran abrirse una particular vía de acceso, de suerte que se encontraran en el mismo suelo viniendo de distintos lados. Luego me sorprendió usted con el problema planteado […]. Recapacité entonces, advirtiendo que no se me invitaba a ofrecer propuestas prácticas, sino sólo a indicar el aspecto que cobra el problema de la prevención de las guerras para un abordaje psicológico”.

Einstein: “Creo, además, que aquellos que tienen por deber abordar profesional y prácticamente el problema no hacen sino percatarse cada vez más de su impotencia para ello […]. En lo que a mí atañe, el objetivo normal de mi pensamiento no me hace penetrar las oscuridades de la voluntad y el sentimiento humanos […] poco puedo hacer más allá de tratar de aclarar la cuestión y, despejando las soluciones más obvias, permitir que usted ilumine el problema con la luz de su vasto saber acerca de la vida pulsional del hombre”.

 

Freud: “Pero también sobre esto lo ha dicho usted casi todo en su carta. Me ha ganado el rumbo del barlovento [de donde sopla el viento], por así decir, pero de buena gana navegaré siguiendo su estela y me limitaré a corroborar todo cuanto usted expresa, procurando exponerlo más ampliamente según mi mejor saber –o conjeturar-”.

Creación de un organismo internacional

Einstein: “Estoy seguro que usted podrá sugerir métodos educativos, más o menos ajenos al ámbito de la política, para eliminar esos obstáculos […]. Siendo inmune a las inclinaciones nacionalistas, veo personalmente una manera simple de tratar el aspecto superficial (o sea administrativo) del problema: la creación, con el consenso internacional, de un cuerpo legislativo y judicial para dirimir cualquier conflicto que surgiere entre las naciones”.

 

Freud: “Opino que con ello ya está dado todo lo esencial: el doblegamiento de la violencia mediante el recurso de transferir el poder a una unidad mayor que se mantiene cohesionada por ligazones de sentimiento entre sus miembros. Todo lo demás son aplicaciones de detalle y repeticiones […].Evidentemente, se reúnen aquí dos exigencias: que se cree una instancia superior de esa índole y que se le otorgue el poder requerido. De nada valdría una cosa sin la otra”.

Einstein: “Pero aquí, de entrada, me enfrento con una dificultad; un tribunal es una institución humana que, en la medida en que el poder que posee resulta insuficiente para hacer cumplir sus veredictos, es tanto más propenso a que éstos últimos sean desvirtuados por presión extrajudicial. Este es un hecho que debemos tener en cuenta; el derecho y el poder van inevitablemente de la mano”.

 

Freud: “Comienza usted con el nexo entre derecho y poder. Es ciertamente el punto de partida correcto para nuestra indagación…Derecho y violencia son hoy opuestos para nosotros…Al comienzo, en una pequeña horda de seres humanos, era la fuerza muscular la que decidía a quién pertenecía algo o de quién debía hacerse la voluntad […]. Al introducirse las armas, ya la superioridad mental empieza a ocupar el lugar de la fuerza bruta […]. El derecho es el poder de una comunidad”.

 

Factores psicológicos

Einstein: “El escaso éxito que tuvieron, pese a su evidente honestidad, todos los esfuerzos realizados en la última década para alcanzar esa meta, no deja lugar a dudas de que hay en juego fuertes factores psicológicos, que paralizan tales esfuerzos”.

 

Freud: “Muchas veces cuando nos enteramos de los hechos crueles de la historia, tenemos la impresión de que los motivos ideales sólo sirvieron de pretexto a las apetencias destructivas; y otras veces, por ejemplo, ante las crueldades de la Santa Inquisición, nos parece como si los motivos ideales se hubieran esforzado hacia adelante, hasta la conciencia, aportándoles los destructivos un refuerzo inconsciente. Ambas cosas son posibles”.

Pulsión de vida y pulsión de muerte

Einstein: “¿Cómo es que estos procedimientos logran despertar en los hombres tan salvaje entusiasmo, hasta llevarlos a sacrificar su vida? Sólo hay una contestación posible: porque el hombre tiene dentro de sí un apetito de odio y destrucción.”

 

Freud: “Usted se asombra de que resulte tan fácil entusiasmar a los hombres con la guerra y, conjetura, algo debe moverlos, una pulsión a odiar y aniquilar […]. También en esto debo manifestarle mi total acuerdo […] las pulsiones del ser humano son sólo de dos clases: aquellas que quieren conservar y reunir […] y otras que quieren destruir y matar […]. Rarísima vez la acción es obra de una única moción pulsional, que ya en sí y por sí debe estar compuesta de eros y destrucción […] cuando los hombres son exhortados a la guerra, puede que en ellos responda afirmativamente a ese llamado toda una serie de motivos, nobles y vulgares, unos de los que se habla en voz alta y otros que se callan. No tenemos ocasión de desnudarlos todos. Por cierto que entre ellos se cuenta el placer de agredir y destruir”.

Einstein: ¿Es posible controlar la evolución mental del hombre como para ponerlo a salvo de las psicosis del odio y de la destructividad?

 

Freud: “No se trata de eliminar por completo la inclinación de los hombres a agredir; puede intentarse desviarla lo bastante para que no deba encontrar su expresión en la guerra […] si la aquiescencia [disposición] a la guerra es un desborde de la pulsión de destrucción, lo natural será apelar a su contraria, el Eros. Todo cuanto establezca ligazones de sentimiento entre los hombres no podrá menos que ejercer un efecto contrario a la guerra […]. Todo lo que establezca sustantivas relaciones de comunidad entre los hombres provocará esos sentimientos comunes, esas identificaciones. Sobre ellas descansa en buena parte el edificio de la sociedad humana”.

 

El camino hacia la paz

El 3 de diciembre de 1932, Einstein[4] le escribió a Freud: “Usted nos ha complacido tanto a mí como a la Sociedad de Naciones con una respuesta verdaderamente clásica. Cuando le escribí estaba convencido de la inutilidad de mi carta…”.

     Resulta interesante conocer las opiniones de Albert Einstein y de Sigmund Freud sobre un hecho que permanece en el siglo XXI: la guerra. También es bueno recordar que tenían una preocupación auténtica por la humanidad.

     Quizá, ante las frecuentes acciones bélicas, sea importante enfatizar la tesis fundamental del creador del psicoanálisis: “No podemos erradicar la agresión del ser humano, por lo que es necesario incrementar la pulsión de vida. En otras palabras, el desarrollo de la cultura (pulsión de vida) es el camino para la paz”.

[1] Cfr.  Sigmund Freud (1933), “¿Por qué la guerra?” en Obras Completas, Buenos Aires, Amorrortu Editores, 1976, Volumen 22, pp. 183-186.

[2] Sigmund Freud, op.cit., pp. 187-198.

 [3] Sigmund Freud, Su vida en imágenes y textos, Buenos Aires, Editorial Paidós, 1979, p. 242.

[4] Sigmund Freud, ibid.

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¿Por qué atraen las historias de crimen, suspenso o terror?

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¿Por qué atraen las historias de crimen, suspenso o terror?


M. en T. Psic. Carlos Chávez Macías

La literatura policiaca con el tema del crimen y el descubrimiento del culpable ha sido de interés de muchas generaciones y en muy diversas culturas.

Quizá son pocas las personas que no se olvidan de todo lo que las rodea cuando se embarcan en las lecturas, películas, series u obras de teatro de detectives como Sherlock Holmes de Conan Doyle (1859-1930), en las novelas de Agatha Christie (1890-1976) o con los relatos de Edgard Allan Poe (1809-1849).

Edgar Allan Poe y otros autores
Fernando Dogana escribe que el propósito de diversos autores “y sobretodo de Poe, era el de avivar la curiosidad del lector con un enigma a la vez aterrador y absurdo, era escribir un relato reducido a lo esencial eliminando todo lo que pueda resultar superfluo, pero describiendo detalladamente todas las indagaciones llevadas a cabo para descubrir la verdad”.

Juego intelectual y excitación del misterio
Rambelli habla de que en la literatura policial coexisten “dos elementos contrapuestos entre sí: por una parte, el análisis racional y el puro juego intelectual; y, por otra parte, la excitación del misterio, de lo que produce ansiedad, de lo macabro y de lo irracional”.

Así se ha llegado a concluir mediante encuestas que algunas personas se identifican con la actitud activa y racional para descubrir el enigma, y otros con la actitud emocional o pasiva del gusto por el misterio.

Ante lo anterior, Dogana clasifica a los lectores de relatos policiacos en una doble tipología: “los primeros, activos, lógicos, intelectuales se identifican predominantemente con el investigador privado y hasta entran en competencia con él; los segundos, pasivos, emotivos, confían pasivamente en el investigador”.

¿Por qué tanta atracción?
Observamos cotidianamente cómo muchas personas ––desde niños hasta adultos y tanto varones como mujeres–– leen historias de crímenes, terror o suspenso, o asisten a verlas al cine o al teatro y, actualmente, en series de televisión en casa. La pregunta es ¿por qué, si a veces algunas personas hasta sufren mucho en esos momentos, poseen tanta fuerza de atracción?

Intentos de interpretación
Han existido diferentes intentos de respuesta como la afirmación de Sciascia de que se trata de una fuga de los pensamientos como regresión a la pasividad y a la evasión, como un pasatiempo.
Se han dado también interpretaciones sociológicas como la de Gramsci quien identifica las motivaciones en expectativas de las clases marginadas en cuanto a la justicia o actitudes hostiles hacia la policía.

La teoría psicoanalítica
Sin embargo, podemos tener más luz ––aunque siempre deberá verse cada caso en particular–– a partir de la teoría psicoanalítica.

El psicoanálisis es una técnica específica con la que se trabaja en diván; sin embargo, algunos psicoanalistas se han ocupado del tema y “concuerdan en sostener que el origen de este interés por las narraciones policiales se encuentra en una de las situaciones típicas nucleares del desarrollo psicosexual infantil, en la llamada escena primaria” .

Escena primaria
El creador del psicoanálisis Sigmund Freud denominó “escena primaria”, también llamada originaria o primitiva, a “la observación real o fantaseada, por parte del niño de las relaciones sexuales de los padres” .

Esta experiencia provoca angustia en la mayoría de los niños y generalmente es interpretada por ellos como un acto de violencia por parte del padre. En su libro La interpretación de los sueños Freud escribe: “Ya he explicado esta angustia indicando que se trata de una excitación sexual que (el niño) no es capaz de controlar mediante la comprensión y que sin duda es apartada porque los padres están implicados en ella”.

También señala que es un elemento que raras veces falta en el conjunto de las fantasías inconscientes que pueden descubrirse en todos los niños.

De este modo, según la teoría psicoanalítica, “el crimen de las novelas policiales no es en realidad otra cosa que una evocación simbólica de la escena primaria y la sensación de suspenso, de angustia, de pavor, sería una reedición de la curiosidad y de la angustia suscitadas por la observación de las relaciones sexuales entre los padres (o por las fantasías construidas sobre tales relaciones)” .

Dominar una experiencia pasiva
Rycroft interpreta que el placer de descubrir al culpable y de experimentar sensaciones de ansiedad se realiza mediante un conocido mecanismo de defensa: “el de dominar una experiencia traumática sufrida pasivamente reviviéndola de manera activa”.

Esto aclara esa necesidad característica del lector de novelas policiales que lo motiva a releer constantemente el mismo relato o variaciones del mismo tema.

El padre es la víctima
Pedersen-Krag dice que “la víctima es el padre contra el cual el lector (el niño) alimentó sentimientos edípicos negativos”.
Recordemos que en el llamado Complejo de Edipo tanto el niño como la niña desean ser el único objeto de amor de la madre por lo que el padre será siempre el rival.

También coincide en que se “trata de revivir y dominar activamente experiencias traumáticas infantiles que alguna vez debió sufrir pasivamente”. Para entender mejor este punto, podemos pensar en personas que vivieron traumáticamente un sismo por muertes cercanas o destrucción de la vivienda y cuyo trabajo psicológico consiste en recordar y hablar del suceso como un mecanismo interno de apropiación y dominio del evento. El inconsciente a través de sueños repetitivos del sismo colabora a ese fin.

La escena primaria como factor de erotización
La escena primaria, real o fantaseada, tiene consecuencias en la vida anímica de las personas. De allí también puede producirse una erotización inconsciente como la que vive aquel que disfruta que su pareja tenga relaciones sexuales con otra persona con la condición de que lo dejen ver. Algunos, aún más, solicitan que sea a través del ojo de la cerradura (como probablemente debe de haber ocurrido en su infancia).

El lector como culpable
Las lecturas policiacas también pueden tranquilizar al lector. Dogana afirma que como la víctima es el padre contra el cual el lector alimentaba sentimientos hostiles resulta claro que “el culpable es una personalización de los sentimientos inconscientes que el lector experimentaba por el padre”.

Esto puede ser así en virtud de que en el inconsciente es posible la coexistencia de identificaciones múltiples, de manera que el lector puede identificarse con el detective como un héroe positivo que encuentra algo (como el niño) o también con el culpable.

El verdadero criminal es otro
“Al final el verdadero criminal siempre es descubierto y eso tranquiliza al lector que puede sentirse completamente ajeno al caso” .

Rycroft sostiene que los autores de novelas policiacas están en sintonía con la necesidad de los lectores de negar su culpa y por ello le aportan fantasías “en las cuales la pregunta `¿QUIÉN FUE?´ encuentra siempre respuesta en un autoabsolutorio `YO NO´”.

Pregunta final
Y tú, ¿cómo vives las historias de crímenes, suspenso o terror?v

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Cinco factores para conservar el amor 

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Cinco factores para conservar el amor 

M. en T. Psic. Carlos Chávez Macías

 

Para la teoría psicoanalítica, la relación de pareja se establece dependiendo de la estructura psíquica y en función del rasgo materno que se capte a nivel inconsciente en la persona amada.

     Así observamos que una mujer con estructura histérica buscará un hombre con más cualidades que su padre y mantener su deseo insatisfecho. Un varón con estructura histérica tenderá a considerar a su mujer como un objeto que le da realce, por lo que ella deberá ser seductora, brillante, envidiada; si no es así, se convierte en un objeto despreciado.

     A su vez, un varón de estructura obsesiva vivirá una idealización de la mujer y buscará mantenerla en una jaula de cristal, fuera de todo alcance.

     Un sujeto perverso (violadores, pederastas, etc.) oscilará simultáneamente entre tratar a su mujer como una virgen santa o como una prostituta despreciable.

     Sin embargo, aun, dentro de esas limitaciones, el ser humano se da cuenta de que se es feliz cuando se ama, no cuando se es rico, culto o sano. Por ello busca amar cada día más y de mejor manera.

¿Qué hacer para que perdure el amor?

Juan David Nasio[1], psicoanalista argentino radicado en Francia, sostiene que la crisis es inherente a la naturaleza de la pareja. Así escribe: “El problema no es evitar las crisis sino aprender a superarlas para luego encontrarse apaciguados, vueltos hacia horizontes más serenos”.

     Y menciona cuatro factores fundamentales para que dure el amor:

1) Entendimiento sexual

La satisfacción sexual es muy importante para el equilibrio psíquico de cada uno de los integrantes. Si no es gratificante, afecta la unión de la pareja.

     Nasio[2] insiste en que una mujer insatisfecha sexualmente es una mujer insatisfecha afectivamente, por lo que debe haber una actividad sexual con regularidad, aunque no exista la pasión del inicio. Lo dice de este modo: “Largos periodos de silencio sexual son nefastos para la pareja”, y recomienda combinar esa regularidad sexual con situaciones inesperadas y fantasías para incrementar el deseo.

     Apoyándose en Sigmund Freud, creador del psicoanálisis, Nasio[3] afirma que debe haber una dependencia sexual en la pareja: “Para que haya un entendimiento durable también hace falta que los dos sean mutuamente subyugados por el atractivo sexual del otro”.

     El impulso sensual y el impulso tierno hacia la persona amada deben estar fusionados en la persona que ama.

     En este punto es importante recordar que Freud[4] insistía en que muchos hombres “si aman a una mujer, no la desean, y si la desean, no pueden amarla”. Sucede que la mujer amada, al ser relacionada inconscientemente con la madre, se encuentra prohibida. Ésta es la razón por la cual algunos varones buscan tener fuera de casa un tipo de sexualidad distinto y más pasional que el que viven con su cónyuge o pareja.

     Ya que el entendimiento sexual es un factor fundamental para el amor en la pareja, es importante que ambos cuiden también el aspecto físico, tanto en su cuerpo como en su arreglo, para sentirse bien consigo mismos al mismo tiempo que procuran agradar al compañero.

2) Admiración recíproca

La persona amada debe ser la mejor en alguna actividad.

     Nasio[5] lo expresa de esta manera: “Mi compañera debe ser la más intuitiva de la mujeres, la mejor bailarina de tango o, qué sé yo, la más temible mujer de negocios; y para ella, debo ser el más generoso de los hombres, el mejor de los padres…”.

     El campo de actividad no importa; lo que es relevante es que cada uno de los miembros reconozcan en su pareja a alguien muy valioso en algún terreno: “¡Qué importa el objeto de la admiración! Lo esencial es estar orgulloso de su pareja, y recíprocamente, aunque sea a propósito de la más insignificante de las virtudes”.

     Cuando no hay una parte de admiración por la persona amada se ha puesto el cimiento para voltear a ver hacia otro lado.

3) Rituales

Son una fuerza que puede incrementar el amor. “Me refiero a los gestos cotidianos invariablemente realizados, siempre los mismos, cualquiera que sea el estado de ánimo: el beso al despertar, el cine de los jueves o el mercado del domingo a la mañana”[6].

     Se trata de actividades en común de la pareja que son independientes de los sentimientos y hacen compartir la vida.

4) Alternancia en los roles de la pareja

Frecuentemente se dice que la mujer debe desempeñar diferentes roles: esposa, madre, hija, cómplice, etc. El hombre, a su vez, los mismos en su identidad sexual.

     Nasio[7] escribe: “Pienso, por ejemplo, que en ciertos momentos el hombre debe poder comportarse como un niño y mirar a su compañera como una madre, sin sentirse por ello inferior. Y, recíprocamente, la mujer debe poder conducirse como una niña con su compañero, sin sentir vergüenza”. Considera estas conductas como regresivas y necesarias para la salud de la pareja.

     Me parece conveniente agregar a la lista un factor adicional -muy relevante- para mantener vigente el amor:

5) Saber reconciliarse y pedir perdón

¿Qué hacer en caso de dificultades? ¿Quién debe pedir perdón?

     Coincido con Mazzolari cuando dijo: “No el que se equivocó o el que tuvo razón pide primero perdón, sino el que más ama”. Por ello, el que más ama debe iniciar la reconciliación con una palabra, con una caricia. Eso hará que su compañero tenga un motivo más de admiración.

     Otros autores resumen los factores para que perdure el amor en tres: pasión, ternura y compromiso.

El amor expande y limita

Debemos decir que, en términos realistas, el amor expande y agranda a la persona amada, pero también la limita.

     ¿Por qué el amor limita? Por el simple hecho de amar a alguien se limitan actividades, tiempos, otros amores, etc. Jacques Lacan afirma que el amor enajena ya que en muchas ocasiones se vive el deseo del otro.

     ¿Por qué el amor expande?  Nasio[8] lo dice así: “El amado es aquel que me procura la más embriagante sensación de vida y a quien insuflo la misma exaltación. En pocas palabras, el amado es la persona que hace surgir en nosotros lo mejor de nosotros mismos”.

[1] Juan David Nasio, Un psicoanalista en el diván, Buenos Aires, Paidós, 2001, p. 65.

[2] Juan David Nasio, ibid.

[3] Juan David Nasio, op.cit. p.66.

[4] Sigmund Freud (1912), “Sobre una degradación general de la vida erótica” en Obras Completas, Tomo V, Madrid, Biblioteca Nueva, p. 1712.

[5] Juan David Nasio, op.cit. p.66.

[6] Juan David Nasio, ibid.

[7] Juan David Nasio, op.cit. p.67.

[8] Juan David Nasio, ibid.

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