“Sigmund Freud consideraba las ideas obsesivas como expresión de deseos reprimidos”
Con frecuencia en la vida diaria se escuchan expresiones como: “tengo una idea que no se me quita de la cabeza”, “fulana está obsesionada por la limpieza” o “zutano está obsesionado por el sexo”.
Concepto
El diccionario[1] define obsesión como “idea fija que se apodera del espíritu independientemente de la voluntad, y a la cual se vuelve sin cesar”. Y si recurrimos a su etimología latina significa asedio.
Las obsesiones, también llamadas manías, son síntomas frecuentes que pueden ser considerados como normales y que son comunes a muchas personas.
En ocasiones los niños muestran ciertos síntomas obsesivos como no querer pisar una línea. Probablemente se trate de algo transitorio que es parte de un momento del desarrollo.
Las obsesiones pueden presentarse en cualquiera de las estructuras clínicas: neurótica (en sus formas obsesiva o histérica), psicótica o perversa.
Sin embargo, la neurosis obsesiva se caracteriza por el predominio de estos síntomas. En el momento en que las obsesiones impiden llevar a cabo con normalidad las actividades cotidianas y provocan sufrimiento es, entonces, cuando debe acudirse con el especialista. Por ejemplo, lavarse las manos es higiénico y positivo; sin embargo, hacerlo con exageración (no aplica en pandemia) habla de una obsesión, quizá motivada por culpas inconscientes. La pregunta sería: ¿de qué se limpia tanto?
La pregunta inconsciente del obsesivo
Jacques Lacan, psicoanalista francés, sostiene que los dos tipos de neurosis, la histeria y la obsesiva, consisten en una pregunta.
En la persona histérica la pregunta inconsciente es ¿qué significa ser mujer?
La pregunta que constituye la neurosis obsesiva tiene que ver con la existencia propia y puede formularse como ¿estoy vivo o muerto? o ¿por qué existo?
La persona obsesiva intenta dar respuesta a esa pregunta inconsciente a lo largo de su vida; de este modo se inclinará por actividades que tengan que ver con la existencia y con la muerte; por carreras universitarias como medicina, filosofía o psicología en donde tratará de dar respuesta al sentido de la vida.
Asimismo el obsesivo intentará trabajar incansablemente para justificar su existencia y huir de la culpa que siente inconscientemente por haberse sentido muy cerca de su madre y haber hecho a un lado al padre. Hace unos años fue publicado el libro El hombre que confundió el trabajo con la vida que ilustra lo anterior con claridad.
Expresión de deseos reprimidos
Sigmund Freud consideraba las ideas obsesivas como expresión de deseos reprimidos y creía que la neurosis obsesiva era más fácil de detectar que la histeria porque los síntomas obsesivos son puramente mentales, a diferencia de los síntomas histéricos en que hay una conversión a lo corporal como, por ejemplo, en una parálisis o ceguera histéricas.
Para Lacan, la neurosis obsesiva es una estructura clínica y no un conjunto de síntomas. Así las ideas recurrentes u obsesiones, las compulsiones (que son ideas que nos hacen llevar a cabo acciones que a veces nos parecen absurdas), los rituales (como verificar una y otra vez que se han cerrado puertas, etc.), dudas, pensamientos hostiles, etc. forman la sintomatología, pero no determinan la estructura.
Rituales compulsivos
También el sujeto obsesivo es afecto a los rituales compulsivos porque piensa que le permitirán huir de lo que psicoanalíticamente se llama la falta en el Otro, que en la fantasía inconsciente (fantasma) suele representarse como un desastre inmenso[2]. Por ejemplo, Sigmund Freud en su tratado A propósito de un caso de neurosis obsesiva (1909) sobre el llamado Hombre de las ratas analiza los rituales que desarrolló su paciente con objeto de evitar el miedo a que se causara un castigo terrible a su padre o a su amada.
El obsesivo piensa “si hago esto, se evitará aquello”. De aquí se deriva la creencia popular de que si se sueña algo pero se cuenta lo ocurrido en el sueño no sucederá. Sin embargo, recordemos que el sueño es un cumplimiento de un deseo reprimido que se presenta disfrazado y, por tanto, se interpreta.
Obsesiones sacrílegas[3]
Las obsesiones destacan en muchas ocasiones por su carácter sacrílego.
Muchos obsesivos, ante las expresiones religiosas en actos de oración o de civismo en homenajes, sienten que se les desencadenan pensamientos injuriosos u obscenos. De hecho este fenómeno es oído frecuentemente en las sesiones psicoanalíticas y en las confesiones o pláticas por los sacerdotes o pastores.
El obsesivo percibe sus ocurrencias sacrílegas y obscenas como expresión de su voluntad; y entonces se establece una lucha interior de ideas contrarias que ocupan gran actividad mental.
Del mismo modo, por ejemplo, un automovilista obsesivo se preguntará si no habrá atropellado a alguien, por lo que regresará para cerciorarse de ello; sin embargo, no podrá convencerse porque pensará que pudieron haber recogido al atropellado antes.
Es decir, el obsesivo está obsesionado, valga la redundancia, no sólo por el miedo de no cometer algún acto grave, producto de sus ideas, sino también por haberlo cometido sin darse cuenta.
Retorno de lo reprimido[4]
Charles Melman[5] describe al sujeto obsesivo de esta manera: “un solterón que se ha quedado junto a su madre, un funcionario o un contador lleno de hábitos y pequeñas manías, escrupuloso y preocupado por una justicia igualitaria, que privilegia las satisfacciones intelectuales y vela con su civismo o su religiosidad una agresividad mortífera”. Sin embargo, hay que analizar caso por caso
Por ello debe decirse que algo que puede observarse en las obsesiones es que lo reprimido retorna con una virulencia proporcional a la fuerza de la represión.
La severidad del superyó (conciencia moral) corresponde a la intensidad de la agresividad reprimida en el niño hacia los padres.
[1] Ramón García Pelayo y Gross, Pequeño Larousse Ilustrado, México, Ed. Larousse, 1990, p. 732.
[2] Dylan Evans, Diccionario introductorio de psicoanálisis lacaniano, Buenos Aires, Paidós, 1997, p. 138.
[3] Roland Chemama et al., Diccionario del psicoanálisis, Buenos Aires, Amorrortu, 1998, p. 287.
[4] Roland Chemama et al., op.cit., pp. 287-289.
[5] Cfr. Roland Chemama et al., op.cit., p. 287.
Enfermedad del deseo
Lacan concluyó que la anorexia es un síntoma del deseo.
Juan David Nasio al referirse a la paciente anoréxica dice: “Quiere que la insatisfacción reine por todas partes, que sólo haya insatisfacción, tanto de la necesidad fisiológica como del deseo. La anorexia consiste en decir: <<No, no quiero comer para satisfacerme y no quiero satisfacerme para estar segura de que mi deseo permanece intacto […]. La anorexia es ese grito contra toda satisfacción y es un mantenimiento obstinado de la insatisfacción”[4].
Un bebé al ser amamantado puede quedar satisfecho en su hambre fisiológica, pero quedar insatisfecho en su hambre de cariño. La persona anoréxica no come porque cada vez que hacía una demanda de amor era atiborrada de comida, por lo que su deseo quedó reducido a la mera necesidad. Una boca atiborrada no puede emitir palabra alguna[5].
Por ello, si tenemos clara la diferencia entre la necesidad fisiológica y el deseo, podemos entender que el anoréxico “cuanto más sacie su hambre, menos podrá mantener despierto su deseo”[6]. Por ello ha llegado a llamarse a la anorexia enfermedad del deseo[7].
La anorexia es un deseo de nada. La persona anoréxica intenta poner distancia, crear una separación, para impedir que se le llene en contra de su voluntad. Lo que quiere es nada, nada en la boca. “Sólo quiere nada. Lleva al extremo la negación de la histérica a que se le colme, a que se le satisfaga”[8].
En otras palabras, la anorexia es la única manera que se encontró para surgir como sujeto deseante fuera del deseo de los demás. Si deja de estar enferma sentirá que no es nadie. Así, por lo menos es anoréxica.
Tratamiento de la anorexia
Una persona anoréxica deberá ser tratada de manera multidisciplinaria por psicoanalistas o psiquiatras, médicos y nutriólogos.
Sin embargo, es conveniente mencionar que, de acuerdo con las enseñanzas de Françoise Dolto, el paciente puede mejorar significativamente si trabaja el modelado con plastilina o dibuja, ya que a través de las figuras creadas pueden descifrarse algunos aspectos inconscientes[9]. La razón es que esa creación es una manera de decir.
La importancia de hablar
La persona anoréxica es esclava de su no-decir, de lo que le es imposible decir; por ello, para el psicoanálisis lo importante es la capacidad de hablar. Así lo expresa Graziella Baravalle[10] sobre un caso: “Desde mi lugar de analista nunca le he sugerido que coma ni que engorde, sino que hable”.
El método psicoanalítico
La cura analítica deberá permitir que la persona anoréxica transforme en palabras lo que actualmente expresa con el cuerpo.
Por ello, Nasio[11] escribe: “Es evidente que no hay peor actitud hacia un anoréxico que querer alimentarlo. Esto sólo reforzaría su protesta y su insistencia en conservar el deseo a cualquier precio, es decir, defender cueste lo que cueste el hecho de no estar satisfecho y querer preservar así su ser”.
El reto del psicoanálisis en pacientes anoréxicos es trabajar fundamentalmente en la escucha, para facilitar así el paso de una boca obligada a comer a una boca urgida a poner en palabras su sufrimiento[12]. La cura se dará por añadidura.
Criterios para el diagnóstico de la anorexia (según el dsm iii, 1980):
Miedo intenso a engordar, que no disminuye a medida que se pierde peso.
Alteración de la imagen corporal.
Pérdida de al menos un 25% del peso original.
Negativa a mantener el peso corporal por encima del mínimo corporal, según edad y talla.
Ausencia de enfermedades somáticas que justifiquen la pérdida de peso.
[1] Cfr. G.Baravalle et al., Anorexia, Barcelona, Paidós, 1996, p. 16.
[2] G. Baravalle et al., op. cit., p. 18.
[3] Marcelo Hekier y Celina Miller, Anorexia-Bulimia: Deseo de Nada, Buenos Aires, Paidós, 2005, p. 74.
[4] Cfr. G. Baravalle et al., op. cit., p. 11.
[5] Cfr. G. Baravalle et al., op. cit., p. 20.
[6] Cfr. G.Baravalle et al., op. cit., p. 11.
[7] Cfr. G. Baravalle et al., op. cit., p. 39.
[8] G. Baravalle et al., op. cit., p. 49.
[9] Cfr. Marcelo Hekier y Celina Miller, op. cit., p. 32.
[10] G. Baravalle et al., op. cit., p. 49.
[11] Cfr. G. Baravvalle et al., op. cit., p. 11.
[12] Cfr. Marcelo Hekier y Celina Miller, op. cit., p. 13.